jueves, 29 de diciembre de 2011

Personas y personajes

- Así que personajes, eh.
- Sí.
- Cobarde.
- Lo sé.
- ¿No te vas a defender?
- ¿Defenderme de qué? ¿de ti? ¿de tus palabras?
- Por ejemplo.
- ¿Por qué iba a ponerme en contra si estoy de acuerdo. Quiero decir: tienes razón.
- Pero aún así...
- Aún así nada. Creo personajes porqué quiero. Y sí, les hago hacer cosas que yo posiblemente nunca haría. ¿Cuál es el problema? A mi mientras no me metan en la cárcel por ello o me censuren o cualquier derivado de esos, ya me entiendes... ¿Qué más me da? Son personajes, los he creado yo y están ahí, punto, no hay más historia. ¿Qué quieres?
- Bueno, tampoco hace falta ponerse así, ¿sabes?
- No, sí que lo sé. ¿Tienes algún problema con mis personajes? ¿Lo tienes conmigo? ¿Por qué no tienes los huevos de actuar como un hombre?
- …
- Oh, el gatito le ha comido la lengua a la nenaza. Sabe Dios cuántos culos habrá tocado esa lengua...
- …
- ¿Qué pasa? ¿Te escondes? Já, ahora eres tú quién se esconde, sucio cobarde -escupe al suelo-. Han cambiado las tornas, eh. ¿Qué te parece ahora?
- Para ya, yo no soy tú.
- Oh, no eres yo dices. ¿Qué es lo que no eres? ¿Humano? ¿Persona? ¿Hombre? Lo sabía, todo eso ya lo sabía.
- ¡Yo no soy un personaje! -grita mientras le pega un puñetazo en la nariz-. De mi nunca se ha apoderado ningún personaje. No lo he permitido jamás. No se puede decir lo mismo de ti -le mira con desprecio, como si fuera un despojo-. Ya nadie sabe quién eres. Sólo eres un muñeco roto, nada más.
- ¿Que no se apoderan de ti los personajes dices? -escupe y no puede contener una risotada-. Entonces explícame porqué has cambiado de rol dos veces ya. Y porqué ahora no eres más que un personaje del que ni siquiera conoces el auténtico y verdadero creador. Vamos, explícamelo, o solo piénsalo. Seguro -levantándose y golpeándole suavemente la cabeza al otro con la punta del dedo- que encuentras más preguntas dentro de esa cabecita. Y pocas respuestas.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Cobardes e hipócritas

«Cobardes e hipócritas. Me levanto cada mañana, como una persona normal, como una más. Y solo veo cobardes e hipócritas cuando me atrevo a mirar.
»Retiraría los espejos, pero de nada serviría. Cuando miro el reflejo que en ellos habita con suerte lo veo vacío. Si trato de ser valiente veo un lejano atisbo de lo que yo soy: una cobarde, una hipócrita. Y me asusto. Y tengo miedo de mirar más allá. Y a veces consigo que vuelva a quedar vacío y vuelvo a ser una más, un individuo entre tanto sin alma ni personalidad, no soy una persona. Abusamos de esa palabra y nuestro abuso no hace más que poner en evidencia nuestra ignorancia, nuestra inferioridad, somos tan solo seres despreciables y al menos deberíamos serlo también para nosotros mismos. No creo que mis vecinos vean a un insignificante e insultante individuo cobarde e hipócrita cada vez que se miran en el espejo. Si al menos así fuera, tal vez seríamos menos hipócritas, menos cobardes, menos detestables. Pero no es así: nunca admitiremos nuestra propia hipocresía aunque nos esforcemos por evidenciar y repudiar la ajena. Todos somos más valientes si de lo que se trata es de tachar a un desconocido. Somos unos cobardes que nos negamos a cualquier posibilidad de cambio, de mejora, de desarrollo, de lucha contra nosotros mismos. Es asqueroso, ciertamente.
»No sé cómo diablos he soportado esto hasta ahora ni cómo lo sobrellevaré de ahora en adelante. Bueno, lo cierto es que sí que sé cómo lo he soportado hasta ahora: siendo como ellos son. Pero no quiero seguir sus pasos, no quiero ser como ellos. Pero ellos nunca renunciarán a lo que son, de la misma forma que yo no me puedo desprender de lo que realmente soy como si se tratara de una prenda o cualquier cosa tangible. Ni siquiera sé si seré capaz de malvivir con ello durante el día de mañana.»

sábado, 20 de agosto de 2011

Buenas noches, luna


Buenas noches, luna.
¿Quién te ha robado esta noche? ¿Quién has dejado que te robe esta noche?
Seguro que no dejarías que yo te robara y te llevara hasta mi cama.
O puede que te estés escondiendo.
Siempre hay alguien de quien esconderse, ¿no es cierto?
No es bueno dejarse conocer del todo, supongo.

jueves, 23 de junio de 2011

Experiencias soñadas, recuerdos de humo

Había imaginado miles de situaciones. Soñaba con ellas a todas horas. Y como no podía ser de otro modo, juegos de luces y sombras, fundidas en neblinas, siempre estaban presentes. 

Pero todas ellas imaginadas. Todas ellas soñadas. Todas ellas irreales. Y ahora acababa de darse cuenta de que aunque las viviera, aunque dejaran de ser ensoñaciones difusas para convertirse en imágenes reales, en experiencias concretas y llenas de detalles, nunca llegaría a apreciarlas y a verlas con la misma claridad áurea de la que imaginaba. Podía vivirlas, pero nunca dejaría de creer imposible que las viera con sus propios ojos, que las sintiera en su propia piel, que la rodearan por completo evidenciando lo insignificante que es y lo afortunada de estar en una situación ilusoria, vetada, casi prohibida.

No dejaba de soñar e imaginarse en un tejado. No dejaba de imaginarse caminando por los estrechos callejones de alguna antigua ciudad, de un antiguo barrio en el que todavía no había reparado por su ligadura a la realidad. Por ese contrato que nunca firmó pero inquebrantable. Nunca se sentiría caminando por entre las brumas aunque estuviera perdida en medio de ellas en la realidad. Nunca estaría en lo alto de un cerro viendo asomar el Sol por detrás de un pueblo o de una ciudad.

En la realidad todo era diferente, todo era demasiado extraño, demasiado real.
Siempre le quedaría un extraño regusto en el recuerdo. Nunca sabría cómo manejar esa situación soñada e ilusoria. Nunca sería capaz de otorgarle un desenlace apropiado, o uno cualquiera. Y en consecuencia, vagaría deshilachado en la memoria, un recuerdo extraño, real a la vez que irreal. Que se va confundiendo poco a poco con todo lo demás. Que se va perdiendo silenciosamente haya o no alguien contemplándolo, guardándolo.

viernes, 10 de junio de 2011

Miedos reales

- ¿Y nada te da miedo?
- Sí, claro, como a todo el mundo. Pero la mayoría de veces el miedo no viene de fuera sino de dentro.
- ¿Cómo? ¿A qué te refieres? ¿Cómo no puede deberse a lo que sucede a tu alrededor?
- Lo que no sé es si se debe o no, pero creo saber que viene de dentro.
- Siempre liándolo todo... Nunca cambiarás me parece a mí.
- Tal vez no, ¿quién sabe?
- Bueno, dime, ¿qué es eso que te da miedo y "viene de dentro"?
- No me da miedo, me aterra. Me aterra darme cuenta de que la vida -o al menos la mía- no es lineal sino cíclica. Esa es una idea que sinceramente, me aterra.

sábado, 14 de mayo de 2011

Muros de contención y recuerdos manipulados

Jueves 12 de mayo de 2011
«Ya no se sentía a gusto en casi ninguna parte. ¿Ya? ¿Acaso alguna vez se había sentido a gusto donde fuera? Desde luego, si alguna vez llegó a sentirse así, ya no lo recordaba. Creía saber a qué se debía esta nueva y extraña sensación. Sentía como si hasta entonces hubiera sido una completa desconocida que se alzaba tras una máscara, para ella misma. Sentía como su vida iba deshaciéndose, un compacto y laborioso tejido conseguido a lo largo de años y años de sacrificios y esfuerzos. Pero lo que pasara afuera no importaba en absoluto. Lo importante era que había caído un muro que ella misma había construido sin darse cuenta. Y lo percibió al ver los escombros a sus pies.
Estaba asustada y confundida. Sobre todo confundida. ¿Por qué? No lograba vislumbrar ninguna respuesta, ninguna hipótesis. De hecho no conseguía nada, absolutamente nada. Ahora era como si ni siquiera fuera capaz de pensar, de dar forma a un pensamiento. Ni siquiera era capaz de formularse preguntas, preguntas que carecería de respuesta durante mucho tiempo de conseguir tomar al menos forma en su propia mente. Era una extraña. Ya no se conocía lo más mínimo. Solo algunos recuerdos se mantenían íntegros e intactos mientras la mayoría estaban distorsionados creando en su mente una terrible pesadilla conceptual de la que era difícil escapar.
Cada vez que trataba de acceder a ellos, imágenes completamente deformadas y grotescas las sustituían. Le llenaban de auténtico terror. Gritar no servía de nada. Correr o tratar de huir tampoco servía de nada. Era incapaz de arrancar esos pensamientos corrosivos de su cabeza, no podía dejar la mente en blanco o pensar en cualquier otra cosa. No podía hacer nada. Trataba de resistirse pero los pensamientos resultaban igualmente devastadores y cuando caía agotada quedaba completamente a merced de esos nuevos y extraños recuerdos que habían ocupado el puesto de los antiguos. A veces trataba de enfrentarse a ellos pero siempre perdía la batalla viéndolos pasar una y otra vez por su cabeza y sonidos aterradores y estridentes sonaban con más fuerza y con mayor frecuencia. Otras veces apenas llegaban las extrañas imágenes se rendía a ellas deseando que todo sucediera lo más rápido posible. Cuando llevaban un rato ya atormentándola, rompía a llorar en un ahogado y silencioso sollozo. Abrazándose a ella misma, creyendo que así se protegería más y mejor de los desconcertantes ataques. A veces cuando trataba de resistirse a ellos cerraba con fuerza los ojos y se agarraba la cabeza con ambas manos. Otras veces, siempre que tenía los ojos abiertos, la expresión de su cara era aterradora, abría muchísimo los ojos, parecían salírseles de las cuencas y tenía todo el rostro muy tenso. Las manos, siempre que no estaba agarrándose la cabeza con fuerza, las tenía cerradas en puños, siempre. Solo conseguía abrirlas cuando se cogía la cabeza presa de la desesperación y muy de vez en cuando.
No recordaba la última vez que se había acercado a su propia cama. Siempre estaba tratándose de ocultar, encogida en los rincones, en el sillón o en el diván. Sólo dormía cuando caía inconsciente por el agotamiento tras revivir una y otra vez recuerdos que nunca hasta entonces habían existido. Y cuando caía rendida lo hacía en algún rincón, abrazándose las rodillas, encogiéndose cuanto podía. O ovillada en el suelo, cogiendo sus rodillas, temblando de miedo o terror, presa de espasmos que no podía controlar y que a veces ni siquiera sentía como propios.
Ahora estaba en un rincón, con la respiración agitada y temblando de vez en cuando. De vez en cuando se le escapaban sonidos que brotaban por su garganta desde los pulmones, agitados irremediablemente por espasmos incontrolables. Seguía abrazada a sí misma, con la cabeza gacha y oculta por su pelo ondulado, tratando de ocupar el menor espacio posible, como si consiguiéndolo lograra borrarse del mapa de los recuerdos deformados y las visiones aterradoras que le perseguían y acechaban en todo momento. Aguardando con impaciencia su momento, el momento en el que desfilarían por su mente mofándose con risas estridentes y más sonidos que jamás había considerado posibles.»

Rincón de sombras

Metí la llave en la cerradura. Aquel era un piso bastante viejo, pero una gustaba; nos gustaba. El rellano estaba estaba en penumbra, como de costumbre y se oía el zumbido de la bombilla o mejor dicho del contador. Bueno, realmente no sabría decir de dónde provenía con certeza; estaban muy juntos y nunca presté demasiada atención en clase de tecnología. Mis llaves tintinearon en la cerradura, colgando. Le di las dos vueltas al cerrojo. Aquel era un barrio un poco extraño y ambiguo en el sentido de que no sabría decir si aquel era o no un barrio tranquilo, seguro y apacible o por el contrario, reinaba la delincuencia. Llevaba la mochila, el maletín y varias bolsas, venía de comprar lo básico además de un capricho al que me empecé a aficionar a los diecisiete años. Siempre me había mostrado como una mujer completamente en contra de los tópicos, pero aquel helado me encantaba y lo comía en casi cualquier momento.
Nada más entrar me percaté de que algo no debía ir bien: ella estaba en la esquina de mi izquierda, agazapada, sentada en el suelo abrazándose la piernas y la cabeza hundida. Dejé en el suelo todo lo que llevaba. En dos pasos y apenas un segundo estaba a su lado. Me agaché y la abracé. Inmediatamente y de forma casi inconsciente, le besé el pelo. Lo llevaba liso, muy liso y muy suave. No se lo planchaba siempre. Me di cuenta de que iba en pijama, me quité la chaqueta y se la puse por los encima. La arranqué de la esquina y todavía sentadas en el suelo, la puse entre mis piernas, haciendo que se apoyara en mi. Eso tenía que transmitirle seguridad, no sabía qué había podido suceder pero estaba convencida de que debía hacer algo y que podía necesitarme. Ella seguía llorando en silencio. No tenía forma de saber cuanto tiempo llevaba así, yo me había ido hacía más de siete horas. Cuando pasó un poco el tiempo, la aparté un poco de mi para verle la cara. Seguía llorando en silencio. Yo no sabía qué decir ni qué hacer, sólo podía quedarme así, quieta, abrazándola, acariciándole el pelo, dándole besos que le hicieran huir.
Cuando ya llevaba un rato así, empezó a hipar. Agradecí saber qué hacer, me levante. Cogí las bolsas y metí la carne a la nevera y el helado al congelador. Saqué dos cervezas y una botella de agua, cogí el abridor y volví a su lado. Le ofrecí el agua y la cerveza, pero escogió el agua. Le abrí la botella y esperé a que bebiera. La dejó a un lado y me volvió a abrazar, esta vez ella. Se apoyó en mi y poco a poco se fue relajando hasta caer rendida. Se había dormido. Después de un cuarto de hora dormida, la levanté y la llevé a mi cuarto. Abrí la cama, la metí y la tapé. Podría haberla llevado a su habitación, pero fuera lo que fuese que la había hecho ponerse así, tenía más probabilidad de estar en su habitación que en la mía. Bajé la persiana dejando solo cuatro dedos de luz y cerré la ventana para evitar el ruido.
Volví a la cocina, coloqué el resto de la compra. Saqué el ordenador del maletín, lo puse en la mesa y lo encendí. Cogí la cerveza que todavía no había probado y la abrí sentándome delante del ordenador. Después de beberme más de media de un solo trago miré por la ventana. No miraba a ninguna parte, solo a la luz de fuera. Bajé la tapa del ordenador. Fui otra vez a la nevera, me giré y me senté en la encimera. Intenté fijarme en la estancia y averiguar si algo había cambiado y me podía dar alguna pista de lo que le había pasado... Era inútil, nunca me fijo en los detalles si no es que busco algo, y sin tener algo con lo que comparar la cocina ni el salón, no podía hacer nada. Tiré la botella ya vacía, saqué otra cerveza, la abrí y me senté en el suelo, al otro lado, en el salón, de debajo de la ventana. No me iba a rendir tan fácilmente. Pero era inútil. Yo a ella la conocía desde hacía muy poco y no conocía a sus amigos, más bien tampoco había mostrado interés por ellos.
Miré el reloj. No era muy tarde. Busqué el móvil en mi maletín y busqué un número, llamé. Lo ha cogido.
- ¿Puedes venir?
- Sí, claro -contestó él.- ¿Quieres que lleve una película?
- Sí, claro, porqué no. Además, ha sucedido algo extraño -sabía que él lo había notado. Sabe que las películas que veo con él siempre me ayudan, me hacen sentir mejor. Pensar en otra cosa.
- En seguida estoy ahí.
Sólo oírle había hecho que me sintiera más relajada. Sin poderlo evitar, cerré los ojos y me invadió una sensación de calma, hasta se me dibujó una pequeña sonrisa.
Después de otros quince minutos de calma y de haberme acabado la cerveza, miré que quedaran ingredientes suficientes para tres pizzas. Si habían, no tendría que hacer una cena muy trabajada. Era mi día de suerte. Mientras cerraba la nevera llamaron a la puerta. Como era de esperar, era él. Abrí la puerta. Sin mediar palabra, nos sentamos en el sofá. Empecé a contarle la nueva situación. Cuando le dije que la había acostado y no había vuelto a verla, me sugirió que le echara un ojo.
Abrí la puerta lo suficiente como para entrar. Me agaché al lado de la cama para verla mejor. Parecía dormida. Él estaba en la puerta. Le aparté un mechón de pelo que le caía sobre la cara. Me preguntaba qué podía haberle pasado. Le hice un gesto y él entró.
Échale tú un vistazo mejor, ya sabes que yo no soy capaz de ver cómo está –le dije con una sonrisa de resignación.
Me desplacé a la izquierda, hacia la puerta y él se puso donde había estado yo un momento antes. Le tocó la frente para ver si tenía fiebre.
Entonces recordé lo paradójico de mi actitud, la que siempre he tenido. Ese deseo de proteger. Y sin embargo, la incapacidad natural de brindar protección, una protección efectiva, o un mísero cuidado mínimo. Salí del dormitorio, me apoyé en la pared y miré de nuevo el reloj. No solía llevar reloj, pero ese día me había puesto uno de los que más me gustaban. Realmente no tenía ni idea de si me quedaba bien o no. Era un reloj masculino, como de aventura; de los que me gustaban. Abrí una botella de agua de las que había en la encimera, ya había bebido bastante cerveza en tan poco tiempo y después tenía que trabajar. Cuando él salió le ofrecí algo para beber. Él puso la película en marcha y me reclamó a su lado en el sofá. Acepté de buen grado. Durante los créditos le pregunté, no puede remediarlo.
¿Cómo la has visto?
- Parece estar bien, además de relajada. Lo has hecho muy bien.
Después de decir esto me abrazó y me besó en el pelo como yo había hecho con Carlotta un momento antes.
La película empezaba. Era el momento de evadirse y dejarlo todo. De abandonar este mundo por unos minutos. Fuera ya era de noche.

viernes, 13 de mayo de 2011

Apartamento destrozado

Cuando volvió a casa todo estaba como lo había dejado. Aunque era un pequeño apartamento, apenas había quedado algo en pie, solo algunas estanterías que estaban en la pared. Se había ahorrado de destrozar los discos y los libros, tampoco había arrancado los pósters. Sin embargo el sofá estaba patas arriba, la mesa del café estaba medio rota, la mesa de comer estaba en el suelo, le faltaban tres de sus cuatro patas. Los sillones también estaban volcados y las sillas tiradas por el suelo, algunas de ellas rotas. La lámpara que estaba en una mesilla, cerca del sofá y los sillones estaba ahora sobre el sofá, junto a los cojines que también estaban fuera de lugar. Las lámparas de pie estaban por el suelo, posiblemente rotas. Sorprendentemente no habían cristales esparcidos por el suelo.
Cogió aire y se puso a recogerlo todo. Retiró las mesas y las sillas, metió las patas rotas en una bolsa de basura, grande y negra. Cogió el tablero de la mesa del café y lo observó durante un rato. Comprobó si todavía había alguna posibilidad de encajar las patas. Lo dejó a un lado, evitando las astillas. Cogió los tableros y las piezas más grandes, de madera, apartó los sillones y los dejó junto a la pared. Encendió la aspiradora, la pasó por toda la moqueta del centro de la habitación. Levantó y colocó el sofá. Comprobó que las lámparas funcionaran, aunque ya no tuvieran la mampara que tenían antes. Todas iban. Las llevó a su habitación y las dejó sobre la cama. Volvió al salón, quitó las fundas de los cojines y los repasó uno por uno quitando posibles astillas. Los llevó a la cocina y los metió en otra bolsa de basura. Comprobó el sofá (ya en su sitio) y los sillones (todavía apartados) quitando astillas. Quitó las fundas de los sillones y la del sofá y las metió en la misma bolsa que las de los cojines. Llevó los sillones a su sitio. Pasó la aspiradora por el resto de la estancia. Sacó las lámparas que todavía conservaban sus respectivas mamparas, solo eran dos. La única que se había salvado era en la que reposaba una lámpara, que curiosamente fue una de las dos que se mantenía casi intacta. Decidió dejar otra vez en su habitación la lámpara de pie y se quedó el salón casi vacío. Había un sofá sin cojines y unos sillones desnudos. Guardó la aspiradora. Todavía quedaban unos cuantos minutos de sol. Abrió todas las ventanas del apartamento de par en par. Entró en el baño un momento al salir, se quedó quita, parada, con los brazos en jarras, viendo el salón. Lo único que permanecía intacto era la mesilla de la lámpara y la lámpara, además de los libros, los discos y los vinilos, en definitiva, lo que había en las estanterías. La lámpara estaba apagada, igual que la luz, sólo quedaba la luz del sol.
Se dirigió a las estanterías que cubrían la pared oeste y empezó a buscar un disco. Tomó un recopilatorio de Nirvana y con la carátula en la mano se dirigió a la minicadena y puso el disco. Mientras le daba al play se preguntaba qué hacer a continuación. Empieza a sonar y está sentada en el suelo, bajo la mesa, entre el sofá y un sillón, echa la cabeza hacia detrás con la esperanza de poder sentir los rayos de sol en su cara, con sentir aquel calorcillo mezclado con la gélida brisa, lo que apenas era ya un recuerdo. No recordaba la última vez que lo había sentido.
Metió los dedos en su bolsillo derecho, no le cabía la mano (eran unos de esos ceñidos pantalones en los que metas lo que metas, tienes que ponerte de pie para sacarlo). Aún seguía ahí. Encendió la lámpara, se levantó y entró en su habitación. Salió con el tabaco de liar en la mano izquierda y el mechero y las boquillas en la derecha.
Nada podía cambiar en tan poco tiempo, no pasará nada porqué se desentienda del mundo por un rato. Además, no quería que cambiara nada, todavía no: se había ganado un respiro.

sábado, 16 de abril de 2011

Fe, ideales, Libertad, Revolución, organización, autocensura y fracaso

¿De dónde sale la fe? Naturalmente, no es innata... Una persona cualquiera no tiene fe porqué sí. Una persona cualquiera tiene fe porqué sus compañeros (o mejor dicho, sus seres allegados, su familia) así se lo inculca. Una persona tiene fe porqué no tiene motivos para no tenerla. Cuando se trata, como siempre, de niños pequeños y maleables, no les cuesta trabajo el creer en hadas y duendes, en Dios o en “valores universales” como la Igualdad, el Bien, la Justicia, o incluso el Mal. Si no se destruye de alguna forma esa “fe”, permanece durante tiempo. Y los niños se convierten en adultos, en adultos que creen en hadas y duendes, en adultos que creen en Dios o en adultos que creen en valores universales como son la Justicia, la Igualdad, el Bien y el Mal.
Sin embargo, esta es la realidad: una realidad en la que no tienen cabida ni jamás la encontrarán ni hadas ni duendes, no se encontrará ningún Dios, no se encontrará Igualdad, no se encontrará Justicia, no se encontrará el Bien ni el Mal. Y lo que es todavía más desesperante que cualquier otra cosa, no hay Libertad.
De la Libertad no puede existir otra cosa que su fe. Y yo me pregunto, ¿por qué diablos miles y miles de personas tienen fe en cosas tan absurdas como un Dios? ¿por qué no pueden tener fe en la Libertad? ¿Por qué diablos no se lucha por la Libertad si se ha luchado por ideales como Dios, se ha luchado, se ha matado a miles y miles de personas, miles y miles de personas han matado solo por “defender al verdadero Dios” cuando sencillamente no hay ninguno?
Lo que es cierto es que si no hay Igualdad, no puede haber Libertad, pues Libertad en desigualdad es una soberana estupidez. Si no hay igualdad real, no habrá libertad. El plan B sería la creación de nuevos conceptos reales y efectivos, no como la Libertad que no causa más que daños. Entraríamos en algo así como un atentado moral, en una inmoralidad impermisible, en teoría, pues las inmoralidades también impermisibles son aplaudidas por los poderosos, o sería mejor decir por los payasos. Ellos deberían demostrar quienes son realmente, me exaspera y me crispa es la insultante pasividad del pueblo. No quiere saber nada de nada. No quiere luchar, no quiere comprometerse. Por eso es el propio pueblo, títere de los poderosos, de los payasos,el que lucha por eliminar la inmoralidad de aquellos que atentan contra la moral dictada por verdaderos dictadores y represores, por los otros inmoralistas. Los llamados con desprecio revolucionarios son inmoralistas que actúan contra la verdadera inmoralidad. Es peor vivir así, como una moral uniforme, autómata, conformista; que ser inmoralista y revelarse contra ella.
Desgraciadamente, la victoria de la revolución pasa por la organización. Y la organización implica la renuncia a ideales, por eso el “desgraciadamente”. Porqué para conseguir un sueño puede que tengamos que renunciar al resto. Porqué entonces no seremos víctimas de los dictadores disfrazados de poderosos payasos. Entonces no será ellos quienes nos amordacen y nos coloquen grilletes y cadenas, no serán ellos los que maten nuestros ideales e incluso a nosotros mismos, no serán ellos los que censuren. Seremos nosotros mismos los que debamos amordazarnos con el fin de callar, seremos nosotros los que nos colocaremos grilletes y cadenas con el fin de dejar de actuar, dejar de luchar. Seremos nosotros mismos los que matemos nuestros propios ideales, seremos nosotros mismos los que decidamos darnos muerte matando nuestro espíritu. Estaremos obligados a sacrificarnos por el pueblo, por un pueblo que nos despreciará por perturbar su tranquilidad. Seremos nosotros mismos los que nos despreciemos por habernos fallado, por habernos rendido, por habernos entregado y haber acallado nuestras propias reivindicaciones. Los que sobrevivan a ello no serán en absoluto como deberían ser y decían ser.
La Revolución solo puede triunfar si nos sacrificamos por ella y además se renueva constantemente. Los que la comenzaron morirán pronto, muy pronto. Tal vez no mueran las personas, pero morirán sus ideales, los ideales que defendemos, o morirá la fuerza con al que los defendemos. Es necesario renovar a los revolucionarios, renovar a aquellos que defienden los ideales revolucionarios, renovar las fuerzas. O si no es así, la Revolución morirá joven.

sábado, 8 de enero de 2011

La dependencia creadora

El asco, la angustia, la agonía, la opresión lo invaden todo, absolutamente todos y cada uno de los miserables resquicios que puedan quedar en el mundo. En este mundo. En mi mundo, en el que habito y del que no puedo escapar. Bueno, puede que hayan algunas evasiones pero son inseguras con lo que se deberían aparcar.
La absoluta y necesaria dependencia.
A cada paso cae un muro y se levanta otro. A cada paso se libera un ideal y se oprime otro. A cada paso se defiende una idea y se ataca a otra. A cada paso la destrucción acompaña a la creación. Pues sin destrucción no hay creación.
Ésta es también la absoluta y necesaria dependencia.
Resulta tan evidente que en este preciso momento la explicación y la argumentación para no apoyar sinó para hacer ver, la real dependencia existente, su necesidad y el hecho de que sin ella no habría nada, absolutamente nada. Todo, absolutamente todo, se basa en una relación de dependencia tanto con las aparentes "insignificancias" como en todo, en el conjunto que lo engloba todo, la totalidad conocida y también la desconocida.
Podría decirse que el arjé, el principio creador es la propia dependencia.