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jueves, 10 de noviembre de 2011

Cobardes e hipócritas

«Cobardes e hipócritas. Me levanto cada mañana, como una persona normal, como una más. Y solo veo cobardes e hipócritas cuando me atrevo a mirar.
»Retiraría los espejos, pero de nada serviría. Cuando miro el reflejo que en ellos habita con suerte lo veo vacío. Si trato de ser valiente veo un lejano atisbo de lo que yo soy: una cobarde, una hipócrita. Y me asusto. Y tengo miedo de mirar más allá. Y a veces consigo que vuelva a quedar vacío y vuelvo a ser una más, un individuo entre tanto sin alma ni personalidad, no soy una persona. Abusamos de esa palabra y nuestro abuso no hace más que poner en evidencia nuestra ignorancia, nuestra inferioridad, somos tan solo seres despreciables y al menos deberíamos serlo también para nosotros mismos. No creo que mis vecinos vean a un insignificante e insultante individuo cobarde e hipócrita cada vez que se miran en el espejo. Si al menos así fuera, tal vez seríamos menos hipócritas, menos cobardes, menos detestables. Pero no es así: nunca admitiremos nuestra propia hipocresía aunque nos esforcemos por evidenciar y repudiar la ajena. Todos somos más valientes si de lo que se trata es de tachar a un desconocido. Somos unos cobardes que nos negamos a cualquier posibilidad de cambio, de mejora, de desarrollo, de lucha contra nosotros mismos. Es asqueroso, ciertamente.
»No sé cómo diablos he soportado esto hasta ahora ni cómo lo sobrellevaré de ahora en adelante. Bueno, lo cierto es que sí que sé cómo lo he soportado hasta ahora: siendo como ellos son. Pero no quiero seguir sus pasos, no quiero ser como ellos. Pero ellos nunca renunciarán a lo que son, de la misma forma que yo no me puedo desprender de lo que realmente soy como si se tratara de una prenda o cualquier cosa tangible. Ni siquiera sé si seré capaz de malvivir con ello durante el día de mañana.»

sábado, 14 de mayo de 2011

Muros de contención y recuerdos manipulados

Jueves 12 de mayo de 2011
«Ya no se sentía a gusto en casi ninguna parte. ¿Ya? ¿Acaso alguna vez se había sentido a gusto donde fuera? Desde luego, si alguna vez llegó a sentirse así, ya no lo recordaba. Creía saber a qué se debía esta nueva y extraña sensación. Sentía como si hasta entonces hubiera sido una completa desconocida que se alzaba tras una máscara, para ella misma. Sentía como su vida iba deshaciéndose, un compacto y laborioso tejido conseguido a lo largo de años y años de sacrificios y esfuerzos. Pero lo que pasara afuera no importaba en absoluto. Lo importante era que había caído un muro que ella misma había construido sin darse cuenta. Y lo percibió al ver los escombros a sus pies.
Estaba asustada y confundida. Sobre todo confundida. ¿Por qué? No lograba vislumbrar ninguna respuesta, ninguna hipótesis. De hecho no conseguía nada, absolutamente nada. Ahora era como si ni siquiera fuera capaz de pensar, de dar forma a un pensamiento. Ni siquiera era capaz de formularse preguntas, preguntas que carecería de respuesta durante mucho tiempo de conseguir tomar al menos forma en su propia mente. Era una extraña. Ya no se conocía lo más mínimo. Solo algunos recuerdos se mantenían íntegros e intactos mientras la mayoría estaban distorsionados creando en su mente una terrible pesadilla conceptual de la que era difícil escapar.
Cada vez que trataba de acceder a ellos, imágenes completamente deformadas y grotescas las sustituían. Le llenaban de auténtico terror. Gritar no servía de nada. Correr o tratar de huir tampoco servía de nada. Era incapaz de arrancar esos pensamientos corrosivos de su cabeza, no podía dejar la mente en blanco o pensar en cualquier otra cosa. No podía hacer nada. Trataba de resistirse pero los pensamientos resultaban igualmente devastadores y cuando caía agotada quedaba completamente a merced de esos nuevos y extraños recuerdos que habían ocupado el puesto de los antiguos. A veces trataba de enfrentarse a ellos pero siempre perdía la batalla viéndolos pasar una y otra vez por su cabeza y sonidos aterradores y estridentes sonaban con más fuerza y con mayor frecuencia. Otras veces apenas llegaban las extrañas imágenes se rendía a ellas deseando que todo sucediera lo más rápido posible. Cuando llevaban un rato ya atormentándola, rompía a llorar en un ahogado y silencioso sollozo. Abrazándose a ella misma, creyendo que así se protegería más y mejor de los desconcertantes ataques. A veces cuando trataba de resistirse a ellos cerraba con fuerza los ojos y se agarraba la cabeza con ambas manos. Otras veces, siempre que tenía los ojos abiertos, la expresión de su cara era aterradora, abría muchísimo los ojos, parecían salírseles de las cuencas y tenía todo el rostro muy tenso. Las manos, siempre que no estaba agarrándose la cabeza con fuerza, las tenía cerradas en puños, siempre. Solo conseguía abrirlas cuando se cogía la cabeza presa de la desesperación y muy de vez en cuando.
No recordaba la última vez que se había acercado a su propia cama. Siempre estaba tratándose de ocultar, encogida en los rincones, en el sillón o en el diván. Sólo dormía cuando caía inconsciente por el agotamiento tras revivir una y otra vez recuerdos que nunca hasta entonces habían existido. Y cuando caía rendida lo hacía en algún rincón, abrazándose las rodillas, encogiéndose cuanto podía. O ovillada en el suelo, cogiendo sus rodillas, temblando de miedo o terror, presa de espasmos que no podía controlar y que a veces ni siquiera sentía como propios.
Ahora estaba en un rincón, con la respiración agitada y temblando de vez en cuando. De vez en cuando se le escapaban sonidos que brotaban por su garganta desde los pulmones, agitados irremediablemente por espasmos incontrolables. Seguía abrazada a sí misma, con la cabeza gacha y oculta por su pelo ondulado, tratando de ocupar el menor espacio posible, como si consiguiéndolo lograra borrarse del mapa de los recuerdos deformados y las visiones aterradoras que le perseguían y acechaban en todo momento. Aguardando con impaciencia su momento, el momento en el que desfilarían por su mente mofándose con risas estridentes y más sonidos que jamás había considerado posibles.»

viernes, 13 de mayo de 2011

Apartamento destrozado

Cuando volvió a casa todo estaba como lo había dejado. Aunque era un pequeño apartamento, apenas había quedado algo en pie, solo algunas estanterías que estaban en la pared. Se había ahorrado de destrozar los discos y los libros, tampoco había arrancado los pósters. Sin embargo el sofá estaba patas arriba, la mesa del café estaba medio rota, la mesa de comer estaba en el suelo, le faltaban tres de sus cuatro patas. Los sillones también estaban volcados y las sillas tiradas por el suelo, algunas de ellas rotas. La lámpara que estaba en una mesilla, cerca del sofá y los sillones estaba ahora sobre el sofá, junto a los cojines que también estaban fuera de lugar. Las lámparas de pie estaban por el suelo, posiblemente rotas. Sorprendentemente no habían cristales esparcidos por el suelo.
Cogió aire y se puso a recogerlo todo. Retiró las mesas y las sillas, metió las patas rotas en una bolsa de basura, grande y negra. Cogió el tablero de la mesa del café y lo observó durante un rato. Comprobó si todavía había alguna posibilidad de encajar las patas. Lo dejó a un lado, evitando las astillas. Cogió los tableros y las piezas más grandes, de madera, apartó los sillones y los dejó junto a la pared. Encendió la aspiradora, la pasó por toda la moqueta del centro de la habitación. Levantó y colocó el sofá. Comprobó que las lámparas funcionaran, aunque ya no tuvieran la mampara que tenían antes. Todas iban. Las llevó a su habitación y las dejó sobre la cama. Volvió al salón, quitó las fundas de los cojines y los repasó uno por uno quitando posibles astillas. Los llevó a la cocina y los metió en otra bolsa de basura. Comprobó el sofá (ya en su sitio) y los sillones (todavía apartados) quitando astillas. Quitó las fundas de los sillones y la del sofá y las metió en la misma bolsa que las de los cojines. Llevó los sillones a su sitio. Pasó la aspiradora por el resto de la estancia. Sacó las lámparas que todavía conservaban sus respectivas mamparas, solo eran dos. La única que se había salvado era en la que reposaba una lámpara, que curiosamente fue una de las dos que se mantenía casi intacta. Decidió dejar otra vez en su habitación la lámpara de pie y se quedó el salón casi vacío. Había un sofá sin cojines y unos sillones desnudos. Guardó la aspiradora. Todavía quedaban unos cuantos minutos de sol. Abrió todas las ventanas del apartamento de par en par. Entró en el baño un momento al salir, se quedó quita, parada, con los brazos en jarras, viendo el salón. Lo único que permanecía intacto era la mesilla de la lámpara y la lámpara, además de los libros, los discos y los vinilos, en definitiva, lo que había en las estanterías. La lámpara estaba apagada, igual que la luz, sólo quedaba la luz del sol.
Se dirigió a las estanterías que cubrían la pared oeste y empezó a buscar un disco. Tomó un recopilatorio de Nirvana y con la carátula en la mano se dirigió a la minicadena y puso el disco. Mientras le daba al play se preguntaba qué hacer a continuación. Empieza a sonar y está sentada en el suelo, bajo la mesa, entre el sofá y un sillón, echa la cabeza hacia detrás con la esperanza de poder sentir los rayos de sol en su cara, con sentir aquel calorcillo mezclado con la gélida brisa, lo que apenas era ya un recuerdo. No recordaba la última vez que lo había sentido.
Metió los dedos en su bolsillo derecho, no le cabía la mano (eran unos de esos ceñidos pantalones en los que metas lo que metas, tienes que ponerte de pie para sacarlo). Aún seguía ahí. Encendió la lámpara, se levantó y entró en su habitación. Salió con el tabaco de liar en la mano izquierda y el mechero y las boquillas en la derecha.
Nada podía cambiar en tan poco tiempo, no pasará nada porqué se desentienda del mundo por un rato. Además, no quería que cambiara nada, todavía no: se había ganado un respiro.

sábado, 16 de abril de 2011

Fe, ideales, Libertad, Revolución, organización, autocensura y fracaso

¿De dónde sale la fe? Naturalmente, no es innata... Una persona cualquiera no tiene fe porqué sí. Una persona cualquiera tiene fe porqué sus compañeros (o mejor dicho, sus seres allegados, su familia) así se lo inculca. Una persona tiene fe porqué no tiene motivos para no tenerla. Cuando se trata, como siempre, de niños pequeños y maleables, no les cuesta trabajo el creer en hadas y duendes, en Dios o en “valores universales” como la Igualdad, el Bien, la Justicia, o incluso el Mal. Si no se destruye de alguna forma esa “fe”, permanece durante tiempo. Y los niños se convierten en adultos, en adultos que creen en hadas y duendes, en adultos que creen en Dios o en adultos que creen en valores universales como son la Justicia, la Igualdad, el Bien y el Mal.
Sin embargo, esta es la realidad: una realidad en la que no tienen cabida ni jamás la encontrarán ni hadas ni duendes, no se encontrará ningún Dios, no se encontrará Igualdad, no se encontrará Justicia, no se encontrará el Bien ni el Mal. Y lo que es todavía más desesperante que cualquier otra cosa, no hay Libertad.
De la Libertad no puede existir otra cosa que su fe. Y yo me pregunto, ¿por qué diablos miles y miles de personas tienen fe en cosas tan absurdas como un Dios? ¿por qué no pueden tener fe en la Libertad? ¿Por qué diablos no se lucha por la Libertad si se ha luchado por ideales como Dios, se ha luchado, se ha matado a miles y miles de personas, miles y miles de personas han matado solo por “defender al verdadero Dios” cuando sencillamente no hay ninguno?
Lo que es cierto es que si no hay Igualdad, no puede haber Libertad, pues Libertad en desigualdad es una soberana estupidez. Si no hay igualdad real, no habrá libertad. El plan B sería la creación de nuevos conceptos reales y efectivos, no como la Libertad que no causa más que daños. Entraríamos en algo así como un atentado moral, en una inmoralidad impermisible, en teoría, pues las inmoralidades también impermisibles son aplaudidas por los poderosos, o sería mejor decir por los payasos. Ellos deberían demostrar quienes son realmente, me exaspera y me crispa es la insultante pasividad del pueblo. No quiere saber nada de nada. No quiere luchar, no quiere comprometerse. Por eso es el propio pueblo, títere de los poderosos, de los payasos,el que lucha por eliminar la inmoralidad de aquellos que atentan contra la moral dictada por verdaderos dictadores y represores, por los otros inmoralistas. Los llamados con desprecio revolucionarios son inmoralistas que actúan contra la verdadera inmoralidad. Es peor vivir así, como una moral uniforme, autómata, conformista; que ser inmoralista y revelarse contra ella.
Desgraciadamente, la victoria de la revolución pasa por la organización. Y la organización implica la renuncia a ideales, por eso el “desgraciadamente”. Porqué para conseguir un sueño puede que tengamos que renunciar al resto. Porqué entonces no seremos víctimas de los dictadores disfrazados de poderosos payasos. Entonces no será ellos quienes nos amordacen y nos coloquen grilletes y cadenas, no serán ellos los que maten nuestros ideales e incluso a nosotros mismos, no serán ellos los que censuren. Seremos nosotros mismos los que debamos amordazarnos con el fin de callar, seremos nosotros los que nos colocaremos grilletes y cadenas con el fin de dejar de actuar, dejar de luchar. Seremos nosotros mismos los que matemos nuestros propios ideales, seremos nosotros mismos los que decidamos darnos muerte matando nuestro espíritu. Estaremos obligados a sacrificarnos por el pueblo, por un pueblo que nos despreciará por perturbar su tranquilidad. Seremos nosotros mismos los que nos despreciemos por habernos fallado, por habernos rendido, por habernos entregado y haber acallado nuestras propias reivindicaciones. Los que sobrevivan a ello no serán en absoluto como deberían ser y decían ser.
La Revolución solo puede triunfar si nos sacrificamos por ella y además se renueva constantemente. Los que la comenzaron morirán pronto, muy pronto. Tal vez no mueran las personas, pero morirán sus ideales, los ideales que defendemos, o morirá la fuerza con al que los defendemos. Es necesario renovar a los revolucionarios, renovar a aquellos que defienden los ideales revolucionarios, renovar las fuerzas. O si no es así, la Revolución morirá joven.