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jueves, 29 de diciembre de 2011

Personas y personajes

- Así que personajes, eh.
- Sí.
- Cobarde.
- Lo sé.
- ¿No te vas a defender?
- ¿Defenderme de qué? ¿de ti? ¿de tus palabras?
- Por ejemplo.
- ¿Por qué iba a ponerme en contra si estoy de acuerdo. Quiero decir: tienes razón.
- Pero aún así...
- Aún así nada. Creo personajes porqué quiero. Y sí, les hago hacer cosas que yo posiblemente nunca haría. ¿Cuál es el problema? A mi mientras no me metan en la cárcel por ello o me censuren o cualquier derivado de esos, ya me entiendes... ¿Qué más me da? Son personajes, los he creado yo y están ahí, punto, no hay más historia. ¿Qué quieres?
- Bueno, tampoco hace falta ponerse así, ¿sabes?
- No, sí que lo sé. ¿Tienes algún problema con mis personajes? ¿Lo tienes conmigo? ¿Por qué no tienes los huevos de actuar como un hombre?
- …
- Oh, el gatito le ha comido la lengua a la nenaza. Sabe Dios cuántos culos habrá tocado esa lengua...
- …
- ¿Qué pasa? ¿Te escondes? Já, ahora eres tú quién se esconde, sucio cobarde -escupe al suelo-. Han cambiado las tornas, eh. ¿Qué te parece ahora?
- Para ya, yo no soy tú.
- Oh, no eres yo dices. ¿Qué es lo que no eres? ¿Humano? ¿Persona? ¿Hombre? Lo sabía, todo eso ya lo sabía.
- ¡Yo no soy un personaje! -grita mientras le pega un puñetazo en la nariz-. De mi nunca se ha apoderado ningún personaje. No lo he permitido jamás. No se puede decir lo mismo de ti -le mira con desprecio, como si fuera un despojo-. Ya nadie sabe quién eres. Sólo eres un muñeco roto, nada más.
- ¿Que no se apoderan de ti los personajes dices? -escupe y no puede contener una risotada-. Entonces explícame porqué has cambiado de rol dos veces ya. Y porqué ahora no eres más que un personaje del que ni siquiera conoces el auténtico y verdadero creador. Vamos, explícamelo, o solo piénsalo. Seguro -levantándose y golpeándole suavemente la cabeza al otro con la punta del dedo- que encuentras más preguntas dentro de esa cabecita. Y pocas respuestas.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Cobardes e hipócritas

«Cobardes e hipócritas. Me levanto cada mañana, como una persona normal, como una más. Y solo veo cobardes e hipócritas cuando me atrevo a mirar.
»Retiraría los espejos, pero de nada serviría. Cuando miro el reflejo que en ellos habita con suerte lo veo vacío. Si trato de ser valiente veo un lejano atisbo de lo que yo soy: una cobarde, una hipócrita. Y me asusto. Y tengo miedo de mirar más allá. Y a veces consigo que vuelva a quedar vacío y vuelvo a ser una más, un individuo entre tanto sin alma ni personalidad, no soy una persona. Abusamos de esa palabra y nuestro abuso no hace más que poner en evidencia nuestra ignorancia, nuestra inferioridad, somos tan solo seres despreciables y al menos deberíamos serlo también para nosotros mismos. No creo que mis vecinos vean a un insignificante e insultante individuo cobarde e hipócrita cada vez que se miran en el espejo. Si al menos así fuera, tal vez seríamos menos hipócritas, menos cobardes, menos detestables. Pero no es así: nunca admitiremos nuestra propia hipocresía aunque nos esforcemos por evidenciar y repudiar la ajena. Todos somos más valientes si de lo que se trata es de tachar a un desconocido. Somos unos cobardes que nos negamos a cualquier posibilidad de cambio, de mejora, de desarrollo, de lucha contra nosotros mismos. Es asqueroso, ciertamente.
»No sé cómo diablos he soportado esto hasta ahora ni cómo lo sobrellevaré de ahora en adelante. Bueno, lo cierto es que sí que sé cómo lo he soportado hasta ahora: siendo como ellos son. Pero no quiero seguir sus pasos, no quiero ser como ellos. Pero ellos nunca renunciarán a lo que son, de la misma forma que yo no me puedo desprender de lo que realmente soy como si se tratara de una prenda o cualquier cosa tangible. Ni siquiera sé si seré capaz de malvivir con ello durante el día de mañana.»

sábado, 14 de mayo de 2011

Muros de contención y recuerdos manipulados

Jueves 12 de mayo de 2011
«Ya no se sentía a gusto en casi ninguna parte. ¿Ya? ¿Acaso alguna vez se había sentido a gusto donde fuera? Desde luego, si alguna vez llegó a sentirse así, ya no lo recordaba. Creía saber a qué se debía esta nueva y extraña sensación. Sentía como si hasta entonces hubiera sido una completa desconocida que se alzaba tras una máscara, para ella misma. Sentía como su vida iba deshaciéndose, un compacto y laborioso tejido conseguido a lo largo de años y años de sacrificios y esfuerzos. Pero lo que pasara afuera no importaba en absoluto. Lo importante era que había caído un muro que ella misma había construido sin darse cuenta. Y lo percibió al ver los escombros a sus pies.
Estaba asustada y confundida. Sobre todo confundida. ¿Por qué? No lograba vislumbrar ninguna respuesta, ninguna hipótesis. De hecho no conseguía nada, absolutamente nada. Ahora era como si ni siquiera fuera capaz de pensar, de dar forma a un pensamiento. Ni siquiera era capaz de formularse preguntas, preguntas que carecería de respuesta durante mucho tiempo de conseguir tomar al menos forma en su propia mente. Era una extraña. Ya no se conocía lo más mínimo. Solo algunos recuerdos se mantenían íntegros e intactos mientras la mayoría estaban distorsionados creando en su mente una terrible pesadilla conceptual de la que era difícil escapar.
Cada vez que trataba de acceder a ellos, imágenes completamente deformadas y grotescas las sustituían. Le llenaban de auténtico terror. Gritar no servía de nada. Correr o tratar de huir tampoco servía de nada. Era incapaz de arrancar esos pensamientos corrosivos de su cabeza, no podía dejar la mente en blanco o pensar en cualquier otra cosa. No podía hacer nada. Trataba de resistirse pero los pensamientos resultaban igualmente devastadores y cuando caía agotada quedaba completamente a merced de esos nuevos y extraños recuerdos que habían ocupado el puesto de los antiguos. A veces trataba de enfrentarse a ellos pero siempre perdía la batalla viéndolos pasar una y otra vez por su cabeza y sonidos aterradores y estridentes sonaban con más fuerza y con mayor frecuencia. Otras veces apenas llegaban las extrañas imágenes se rendía a ellas deseando que todo sucediera lo más rápido posible. Cuando llevaban un rato ya atormentándola, rompía a llorar en un ahogado y silencioso sollozo. Abrazándose a ella misma, creyendo que así se protegería más y mejor de los desconcertantes ataques. A veces cuando trataba de resistirse a ellos cerraba con fuerza los ojos y se agarraba la cabeza con ambas manos. Otras veces, siempre que tenía los ojos abiertos, la expresión de su cara era aterradora, abría muchísimo los ojos, parecían salírseles de las cuencas y tenía todo el rostro muy tenso. Las manos, siempre que no estaba agarrándose la cabeza con fuerza, las tenía cerradas en puños, siempre. Solo conseguía abrirlas cuando se cogía la cabeza presa de la desesperación y muy de vez en cuando.
No recordaba la última vez que se había acercado a su propia cama. Siempre estaba tratándose de ocultar, encogida en los rincones, en el sillón o en el diván. Sólo dormía cuando caía inconsciente por el agotamiento tras revivir una y otra vez recuerdos que nunca hasta entonces habían existido. Y cuando caía rendida lo hacía en algún rincón, abrazándose las rodillas, encogiéndose cuanto podía. O ovillada en el suelo, cogiendo sus rodillas, temblando de miedo o terror, presa de espasmos que no podía controlar y que a veces ni siquiera sentía como propios.
Ahora estaba en un rincón, con la respiración agitada y temblando de vez en cuando. De vez en cuando se le escapaban sonidos que brotaban por su garganta desde los pulmones, agitados irremediablemente por espasmos incontrolables. Seguía abrazada a sí misma, con la cabeza gacha y oculta por su pelo ondulado, tratando de ocupar el menor espacio posible, como si consiguiéndolo lograra borrarse del mapa de los recuerdos deformados y las visiones aterradoras que le perseguían y acechaban en todo momento. Aguardando con impaciencia su momento, el momento en el que desfilarían por su mente mofándose con risas estridentes y más sonidos que jamás había considerado posibles.»

viernes, 13 de mayo de 2011

Apartamento destrozado

Cuando volvió a casa todo estaba como lo había dejado. Aunque era un pequeño apartamento, apenas había quedado algo en pie, solo algunas estanterías que estaban en la pared. Se había ahorrado de destrozar los discos y los libros, tampoco había arrancado los pósters. Sin embargo el sofá estaba patas arriba, la mesa del café estaba medio rota, la mesa de comer estaba en el suelo, le faltaban tres de sus cuatro patas. Los sillones también estaban volcados y las sillas tiradas por el suelo, algunas de ellas rotas. La lámpara que estaba en una mesilla, cerca del sofá y los sillones estaba ahora sobre el sofá, junto a los cojines que también estaban fuera de lugar. Las lámparas de pie estaban por el suelo, posiblemente rotas. Sorprendentemente no habían cristales esparcidos por el suelo.
Cogió aire y se puso a recogerlo todo. Retiró las mesas y las sillas, metió las patas rotas en una bolsa de basura, grande y negra. Cogió el tablero de la mesa del café y lo observó durante un rato. Comprobó si todavía había alguna posibilidad de encajar las patas. Lo dejó a un lado, evitando las astillas. Cogió los tableros y las piezas más grandes, de madera, apartó los sillones y los dejó junto a la pared. Encendió la aspiradora, la pasó por toda la moqueta del centro de la habitación. Levantó y colocó el sofá. Comprobó que las lámparas funcionaran, aunque ya no tuvieran la mampara que tenían antes. Todas iban. Las llevó a su habitación y las dejó sobre la cama. Volvió al salón, quitó las fundas de los cojines y los repasó uno por uno quitando posibles astillas. Los llevó a la cocina y los metió en otra bolsa de basura. Comprobó el sofá (ya en su sitio) y los sillones (todavía apartados) quitando astillas. Quitó las fundas de los sillones y la del sofá y las metió en la misma bolsa que las de los cojines. Llevó los sillones a su sitio. Pasó la aspiradora por el resto de la estancia. Sacó las lámparas que todavía conservaban sus respectivas mamparas, solo eran dos. La única que se había salvado era en la que reposaba una lámpara, que curiosamente fue una de las dos que se mantenía casi intacta. Decidió dejar otra vez en su habitación la lámpara de pie y se quedó el salón casi vacío. Había un sofá sin cojines y unos sillones desnudos. Guardó la aspiradora. Todavía quedaban unos cuantos minutos de sol. Abrió todas las ventanas del apartamento de par en par. Entró en el baño un momento al salir, se quedó quita, parada, con los brazos en jarras, viendo el salón. Lo único que permanecía intacto era la mesilla de la lámpara y la lámpara, además de los libros, los discos y los vinilos, en definitiva, lo que había en las estanterías. La lámpara estaba apagada, igual que la luz, sólo quedaba la luz del sol.
Se dirigió a las estanterías que cubrían la pared oeste y empezó a buscar un disco. Tomó un recopilatorio de Nirvana y con la carátula en la mano se dirigió a la minicadena y puso el disco. Mientras le daba al play se preguntaba qué hacer a continuación. Empieza a sonar y está sentada en el suelo, bajo la mesa, entre el sofá y un sillón, echa la cabeza hacia detrás con la esperanza de poder sentir los rayos de sol en su cara, con sentir aquel calorcillo mezclado con la gélida brisa, lo que apenas era ya un recuerdo. No recordaba la última vez que lo había sentido.
Metió los dedos en su bolsillo derecho, no le cabía la mano (eran unos de esos ceñidos pantalones en los que metas lo que metas, tienes que ponerte de pie para sacarlo). Aún seguía ahí. Encendió la lámpara, se levantó y entró en su habitación. Salió con el tabaco de liar en la mano izquierda y el mechero y las boquillas en la derecha.
Nada podía cambiar en tan poco tiempo, no pasará nada porqué se desentienda del mundo por un rato. Además, no quería que cambiara nada, todavía no: se había ganado un respiro.

sábado, 8 de enero de 2011

La dependencia creadora

El asco, la angustia, la agonía, la opresión lo invaden todo, absolutamente todos y cada uno de los miserables resquicios que puedan quedar en el mundo. En este mundo. En mi mundo, en el que habito y del que no puedo escapar. Bueno, puede que hayan algunas evasiones pero son inseguras con lo que se deberían aparcar.
La absoluta y necesaria dependencia.
A cada paso cae un muro y se levanta otro. A cada paso se libera un ideal y se oprime otro. A cada paso se defiende una idea y se ataca a otra. A cada paso la destrucción acompaña a la creación. Pues sin destrucción no hay creación.
Ésta es también la absoluta y necesaria dependencia.
Resulta tan evidente que en este preciso momento la explicación y la argumentación para no apoyar sinó para hacer ver, la real dependencia existente, su necesidad y el hecho de que sin ella no habría nada, absolutamente nada. Todo, absolutamente todo, se basa en una relación de dependencia tanto con las aparentes "insignificancias" como en todo, en el conjunto que lo engloba todo, la totalidad conocida y también la desconocida.
Podría decirse que el arjé, el principio creador es la propia dependencia.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Tres, Dos, Uno, ¡Fuego!

Sábado 11 de diciembre de 2010

«La chica que desde niña había crecido como una princesita echó el que seguramente sería el el último vistazo a su habitación, bueno, al cuarto donde había vivido durante años.

Desde pequeña papá y mamá le dieron todo lo que había pedido y le dieron también todo lo que hubiera pedido cualquier niño caprichoso en su lugar. Juguetes, ropa, caprichos, cualquier cosa. Como tenían dinero , papá y mamá consideraron que la formación académica era simplemente un cero a la izquierda. Ni servía para nada ni llevaba a ningún sitio. Así que papá y mamá llevaron a la niña a una escuela donde, pasado el periodo obligatorio, la niña no hubiera aprendido ninguna de esas materias inútiles y banales que el Gobierno, que ni tiene hijos ni sabe cómo educarlos, consideraba necesarias. Matemáticas, castellano, música, geografía y naturales, ¿para qué? No sirven para nada. Es mejor enseñarle maneras, buenas maneras desde pequeña. Una buena mujer debe saber cómo vestirse, cómo tratar a la gente y cómo comer, no dónde se encuentra esta o aquella ciudad. Una buena mujer debía ser encantadora y útil para su marido, es decir causar una buena impresión. Una buena mujer debía saber cómo y cuándo sacarle el mejor partido a su cuerpo. Una buena mujer debía ser sumisa y no cuestionar a sus padres ni a su marido, ni a nadie que esté por encima de ella. Solo le está permitido contradecir a los de clases inferiores o incluso discutir acerca de cosas banales y sinsentido con otras buenas mujeres de su mismo calibre. Es por esto por lo que de niña le enseñaron a no pensar y a ser sumisa y a comportarse como era debido. Cuando alcanzó la preadolescencia su formación se centró entorno a su cuerpo.

La niña que desde pequeña había crecido como una princesa, se reveló contra sus progenitores, como es natural. Y como la pequeña princesita de mamá y de papá no era tonta, empleó todo lo que mamá y papá veneraban en su contra. Empezó a sacarle el mejor partido posible a su cuerpo de tal forma que con apenas trece años tenía mucha más experiencia con los hombres que la que papá hubiera reconocido tener con las mujeres. Esto era algo sabido por todos, pero no se confirmó nunca porqué afirmarlo no era digno de señoritas de su clase. Así es como la pequeña princesita se convirtió en una meretriz solo para revelarse contra sus padres, a la edad de apenas quince años.

A los diecisiete y tras conseguir el dinero suficiente para procurarse una muy buena y ostentosa vida, obtenido de muy diversas formas; prendió fuego a la casa familiar, con papá y mamá dentro. Para hacerles sufrir les salvó del humo, que les hubiera dejado inconsciente y les entregó al infierno de las llamas para después dejarles salir moribundos.

Ahora papá y mamá estaban en el hospital y la princesita convertida en meretriz, observaba lo que había sido pasto de las llamas con una sonrisa extraña y una sensación mezcla de placer, excitación y satisfacción que ninguno de sus cientos de orgasmos le habían proporcionado.»

domingo, 5 de diciembre de 2010

La responsabilidad de reflexionar

- Cállate, maldita sea.
- Eso es lo que a ti te gustaría. Que todo se parase, que todo se detuviera, ¿no es cierto? Asúmelo de una vez, no puedes evitarlo. No puedes huir de ti misma ni de tu propio pensamiento. Nunca podrás conseguir lo que te propones.
- ¿Crees que no lo sé? Claro que es una estupidez tratar de conseguir lo que quiero, dejar de pensar, apartarme de este maldito mundo, de este maldito agujero, de este lamentable hoyo de asco y miseria. Claro que sé que nunca podré dejar de ser lo que soy, ni de dejar de hacer lo que hago, lo que he luchado por conseguir: pensar.
- ¿Por qué quieres ir en contra de tus principios? ¿Por qué quieres dejar de pensar?
- No quiero dejarlo de lado, no completamente, ni tirar todo lo que he conseguido por la borda. Solo es que, a veces, necesito un descanso. Se suele hacer insoportable. ¿Nunca has tenido la sensación de que aquello en lo que estás pensado, no está bien definido ni siquiera en tu mente? Y que para colmo, alguien te pide explicaciones, eres incapaz de explicarlo. No sabes por donde empezar, ni como continuar, no estás completamente segura absolutamente de nada. Te sientes agotada, mentalmente. No puedes dejar de pensar, e intentas dejar de hacerlo, pero es imposible. Es un proceso casi inconsciente. Y cuando comienzas a vislumbrar lo que parece una idea, o algo, la respuesta a una cuestión, a una duda, a un planteamiento; aparecen nuevas cuestiones, nuevas dudas, nuevos planteamientos, a raiz de la todavía no conclusión del primero. No sé si podré aguantar así mucho más. No sé que hacer ya. No sé hasta donde seré capaz de llegar. Esto me resulta demasiado grande, y tengo la sensación de que nunca daré la talla. Pero no puedo dejar de hacerlo, es como una droga. Causa extasis y me va destruyendo en cierto modo, pero no puedo dejarla, es una nueva forma de vida. Algo sin lo que mi vida no tendría sentido alguno, algo por lo que he estado luchando, algo por lo que no pienso tirar la toalla. Es parte de mi, sin lo que no soy nada ni nadie. Si desaparece de mi vida, desapareceré yo al mismo tiempo. Por eso, quiero dejar constancia de todo lo que pueda alcanzar, es un deber que acepté cuando todo comenzó. Cuando no sabía nada, y todavía hoy apenas si se algo.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

La falta de contacto social

Jueves 8 de julio de 2010

La falta de contacto social hace mella en la persona (...). Siempre la hace pero ingenuos e ignorantes de nosotros actuamos como ciegos que ni reconocen ni quieren reconocerlo. Eso nos convierte en otros seres. Unos seres que nosotros mismos despreciamos. Nos convierten en seres repelentes, que huyen del detestable conjunto, del colectivo mientras ansían no alejarse, mientras dicen mantenerse unidos inquebrantablemente a él. Por eso a la mínima oportunidad tratamos de mostrar nuestros nuevos conocimientos adquiridos aunque sea, ante la más terca de las mulas del grupo, ante el menos apto de los seres que nos rodean. Es estúpido y lo sabemos, pero somos débiles y nos dejamos superar. No sabemos aguantar, mantenernos.
Sólo cabe esperar, desear, incluso aventuraría rezar, que este detestable estado sea pasajero. Y pase cuanto antes. Porqué una vida así sólo puede ser desdichada e infeliz, de ahí, en aumento. No cabe esperar nada más. Además da la sensación de que, al no hacer ver la luz al menos apto de los seres humanos, de que hayamos perdido todas nuestras facultades comunicativas.

martes, 22 de junio de 2010

La esperanza y otras trampas

Martes 15 de junio de 2010

Vivir nuestra vida si la basamos en una ilusión, en una creencia, en una interpretación errónea de la realidad, en definitiva en algo irreal, lo que conseguimos es mermar las posibilidades de felicidad real, obsesionándonos con esa ilusión. El deseo de algo, el deseo de una impresión determinada, puede conducir -de hecho lo hace- a una percepción distorsionada de la realidad, a que bien nuestros sentidos captan la información procedente del exterior de forma equívoca, o bien a que la información recibida en nuestro cerebro sea la correcta pero, su interpretación errónea.
Son estas falsas pruebas del mundo real las que convierten nuestra vida, una vida real, en una vida también real pero bajo el objetivo, las aspiraciones irreales. Por lo que vivimos nuestra propia vida real en un mundo irreal dentro de la realidad misma. Es esto a lo que llamamos vulgarmente esperanza. Aquello que nos va destruyendo progresivamente. Bueno, en realidad es una, digamos, pseudoevolución: creemos que estamos consiguiendo algo cuando puede que el objetivo que perseguimos nunca haya dado señales de ser tal. Pensamos en vano que vamos progresando en nuestro camino cuando lo único que hemos conseguido es destruir nuestra vida real, entregándonos a la imaginaria. Es cuando se descubre que el objetivo nunca ha dado señales de ser tal, cuando también nuestra vida imaginaria y nuestro mundo irreal son destruidos, ha desaparecido del mapa dando lugar al mundo real. Un mundo para el que, tal vez, me no estábamos preparados. ¿Qué es lo que pasa entonces? Adviertes que no tienes una vida aunque realices las funciones básica que indican vida. Pero lo que no tienes es una vida que te importe, porqué ya no es que lo hayas perdido, es que has visto que jamás había existido.
Esto puede derivar en dos situaciones. Por un lado que una vez descubierto el autoengaño tratemos de crear una vida real dentro del mundo real, pudiendo errar de la misma forma. Y por otro lado, puede llevar al suicidio. Suicidio llamémosle a dos situaciones: la primera en la que morimos (nos provocamos la muerte) y somos enterrados y, por otro lado, la segunda en la que aunque sigamos respirando y nuestro corazón bombee sangre, carecemos de vida, de vida real, porqué la imaginaria ni siquiera es vida.
Es por todo esto por lo que lo más recomendable para no dejar de tener vida, sería el no tener expectativas. Porqué son las expectativas, de igual manera que los deseos, las que nos conducen a la percepción deseada del mundo real convirtiéndolo en irreal. Lo que, al contrario de lo que puede resultar, sí que se deberían tener es algún tipo de objetivo, metas, que dependan única y exclusivamente de uno mismo porqué aquello que depende de otra persona, no tiene sentido el depositar la confianza en ello. Porqué sólo podemos responsabilizar a alguien, y ese alguien eres tú mismo, somos nosotros mismos, de conducir al fracaso un objetivo. O en conclusión, de arrebatarnos la vida.

domingo, 13 de junio de 2010

Títeres de la indeterminación

Domingo 13 de junio de 2010

¿La vida está regida por algo? No. El curso de tu propia vida lo eliges y decides tú mismo. Depende de tí hasta qué punto te influyen los demás. Por desgracia, todos conocemos a alguien carente de personalidad, valores, ideales y pensamientos propios, que espera que la vida u otros le conduzcan a un buen lugar. Resulta increíble que alguien sea capaz de dar por sentada semejante barbaridad, la carencia de inteligencia y autodeterminación debe ser colosal en dicha persona. Lo más curioso es que son este tipo de personas las que ponen un mayor afán en manejar la vida de sus allegados, independientemente de la negativa de éstos, por evidente que sea. Curiosamente, este tipo de casos sólo los he conocido en chicas, las cuales son manejadas a modo de títeres por sus madres o otras chicas que se denominan a ellas mismas (y son denominadas por las víctimas impersonales) como "su mejor amiga". Estas chicas carentes de personalidad, actúan creyendo que manejan ellas a sus compañeras. Es realmente interesante el grado de confusión o simple desconocimiento propio, no se conocen a ellas mismas. Cierto es también, que aun para nosotros mismos somos en cierto modo desconocidos, pero lo que se ve en estas chicas, se sale de los esquemas. Es fascinante la ceguera con la que se mueven. Realmente, un digno objeto de estudio en toda regla. Y yo me pregunto, ¿es posible destuir (psicológicamente, por supuesto) a este tipo de personas? ¿O tal vez ya no queda nada que destruir? Si fuera cierta la seunda, implicaría que realmente, estas personas tienen cierta consciencia acerca de su situacion real. En cambio si su mente estuviera completamente manejada por esa otra persona, ese titiritero, no habría nada que destruir. La víctima se habría convertido en algo como un siervo, un seguidor y protector, además de difusor y predicador del modo de pensar imprimido por el titiritero en la mente de la marioneta impersonal. ¿Acaso nunca se plantea la "buena fe" de las instrucciones de su "maestro"? ¿Nunca cuestionan ni a su manipulador ni la validez de sus pensamientos, valores e/o ideales? En tal caso, serían por definición, no aptos para el desarrollo tanto personal como intelectual, emocional, etc.
Son unos lastres para la evolución tanto intelectual como personal, y el desarrollo del colectivo social o de la sociedad. Deberían ser apartados de los ejercicios como eso, dedicados íntegramente al pensamiento y al desarrollo.
El apartar o separar a los individuos no aptos del panorama intelectual y del poder, aumentaría sin dada la competitividad y la competencia de las partes que, en efecto, sí que son aptas. A su vez, la competencia, ejerce también de filtro para determinar quienes son aquellos más aptos para el desarrollo del pensamiento. Llegando de esta forma a una sociedad en contínua evolución y progreso.

Sugestionabilidad, pérdida del control y debilidad

Para hablar de la debilidad que supone la pérdida del control de una situación para ciertas personas, he intentado informarme. Y al teclear en el buscador google.es las palabras "psicología debilidad humana" prácticamente sólo me han salido páginas católicas o cristianas en general. La primera de ellas haciendo referencia a la homosexualidad...
Necesitaré apuntes de alguna otra persona para llevar a cabo algo así. Este verano también le echaré un ojo a Freud.

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Hay un sentimiento que es el sentimiento de debilidad. ¿En qué consiste? Sientes impotencia ante una situación, no sabes qué hacer ni cómo salir de ella, tampoco sabes por donde empezar para resolver esa problemática situación. El sentimiento de debilidad, por si fuera poco, te llena de rabia, frustración y todavía más impotencia. Todo ello te impide vislumbrar siquiera el comienzo de la resolución.
El sentimiento de debilidad implica a menudo la pérdida del control de la situación, cuya combinación te causa una fuerte aversión. De forma independiente, la idea de pérdida del control también resulta casi insoportable, más bien desagradable, algo a lo que no se quiere enfrentar uno, algo que no visualiza siquiera a modo de hipótesis.
Entonces nos preguntamos ¿por qué tenemos que ser débil? Nietzsche dijo que lo que no te mata, te fortalece. Si con todo lo que ha sido vivido y todo lo que se ha superado, no se ha muerto, pero sin embargo te das cuenta de que eres débil, porqué eso es de lo que estás convencido, significa que no eres fuerte. Antes de darte cuenta de semejante hecho, habías estado convencido durante semanas, meses, años, de que eras fuerte. Ahora crees haber estado viviendo de una ilusión, una ilusión que decías tú mismo y tú mismo te la creías. Algo tan grave que te avergüenza no haberte percatado antes.
Pero aún queda una posibilidad y es que sólo vemos, sólo entendemos aquello que queremos ver. Puede que antes quisieras ver que eras fuerte. Pero puede que ahora, por influencia externa, lo que quieras creer -lo que esa influencia pretende que creas- es que te sientes débil. Es necesario no perder el control entonces, de la propia razón, y sólo a partir de ahí, ser capaz de averiguar hasta que punto somos sugestionables, porqué cuanto más sugestionables somos más débiles también somos. Una persona fuerte no se deja sugestionar. Sin embargo el equilibrio hay que hallarlo en no dejarse sugestionar, pero si en dejar que otros compartan contigo sus experiencias, lo cual te enriquece, pero sin que estas determinen en gran medida tu resolución final. Y no dejarse sugestionar, no dejarse influenciar en todos aquellos aspectos determinantes, es el primer paso para alcanzar la verdadera fuerza personal.