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jueves, 23 de junio de 2011

Experiencias soñadas, recuerdos de humo

Había imaginado miles de situaciones. Soñaba con ellas a todas horas. Y como no podía ser de otro modo, juegos de luces y sombras, fundidas en neblinas, siempre estaban presentes. 

Pero todas ellas imaginadas. Todas ellas soñadas. Todas ellas irreales. Y ahora acababa de darse cuenta de que aunque las viviera, aunque dejaran de ser ensoñaciones difusas para convertirse en imágenes reales, en experiencias concretas y llenas de detalles, nunca llegaría a apreciarlas y a verlas con la misma claridad áurea de la que imaginaba. Podía vivirlas, pero nunca dejaría de creer imposible que las viera con sus propios ojos, que las sintiera en su propia piel, que la rodearan por completo evidenciando lo insignificante que es y lo afortunada de estar en una situación ilusoria, vetada, casi prohibida.

No dejaba de soñar e imaginarse en un tejado. No dejaba de imaginarse caminando por los estrechos callejones de alguna antigua ciudad, de un antiguo barrio en el que todavía no había reparado por su ligadura a la realidad. Por ese contrato que nunca firmó pero inquebrantable. Nunca se sentiría caminando por entre las brumas aunque estuviera perdida en medio de ellas en la realidad. Nunca estaría en lo alto de un cerro viendo asomar el Sol por detrás de un pueblo o de una ciudad.

En la realidad todo era diferente, todo era demasiado extraño, demasiado real.
Siempre le quedaría un extraño regusto en el recuerdo. Nunca sabría cómo manejar esa situación soñada e ilusoria. Nunca sería capaz de otorgarle un desenlace apropiado, o uno cualquiera. Y en consecuencia, vagaría deshilachado en la memoria, un recuerdo extraño, real a la vez que irreal. Que se va confundiendo poco a poco con todo lo demás. Que se va perdiendo silenciosamente haya o no alguien contemplándolo, guardándolo.

viernes, 10 de junio de 2011

Miedos reales

- ¿Y nada te da miedo?
- Sí, claro, como a todo el mundo. Pero la mayoría de veces el miedo no viene de fuera sino de dentro.
- ¿Cómo? ¿A qué te refieres? ¿Cómo no puede deberse a lo que sucede a tu alrededor?
- Lo que no sé es si se debe o no, pero creo saber que viene de dentro.
- Siempre liándolo todo... Nunca cambiarás me parece a mí.
- Tal vez no, ¿quién sabe?
- Bueno, dime, ¿qué es eso que te da miedo y "viene de dentro"?
- No me da miedo, me aterra. Me aterra darme cuenta de que la vida -o al menos la mía- no es lineal sino cíclica. Esa es una idea que sinceramente, me aterra.

sábado, 14 de mayo de 2011

Muros de contención y recuerdos manipulados

Jueves 12 de mayo de 2011
«Ya no se sentía a gusto en casi ninguna parte. ¿Ya? ¿Acaso alguna vez se había sentido a gusto donde fuera? Desde luego, si alguna vez llegó a sentirse así, ya no lo recordaba. Creía saber a qué se debía esta nueva y extraña sensación. Sentía como si hasta entonces hubiera sido una completa desconocida que se alzaba tras una máscara, para ella misma. Sentía como su vida iba deshaciéndose, un compacto y laborioso tejido conseguido a lo largo de años y años de sacrificios y esfuerzos. Pero lo que pasara afuera no importaba en absoluto. Lo importante era que había caído un muro que ella misma había construido sin darse cuenta. Y lo percibió al ver los escombros a sus pies.
Estaba asustada y confundida. Sobre todo confundida. ¿Por qué? No lograba vislumbrar ninguna respuesta, ninguna hipótesis. De hecho no conseguía nada, absolutamente nada. Ahora era como si ni siquiera fuera capaz de pensar, de dar forma a un pensamiento. Ni siquiera era capaz de formularse preguntas, preguntas que carecería de respuesta durante mucho tiempo de conseguir tomar al menos forma en su propia mente. Era una extraña. Ya no se conocía lo más mínimo. Solo algunos recuerdos se mantenían íntegros e intactos mientras la mayoría estaban distorsionados creando en su mente una terrible pesadilla conceptual de la que era difícil escapar.
Cada vez que trataba de acceder a ellos, imágenes completamente deformadas y grotescas las sustituían. Le llenaban de auténtico terror. Gritar no servía de nada. Correr o tratar de huir tampoco servía de nada. Era incapaz de arrancar esos pensamientos corrosivos de su cabeza, no podía dejar la mente en blanco o pensar en cualquier otra cosa. No podía hacer nada. Trataba de resistirse pero los pensamientos resultaban igualmente devastadores y cuando caía agotada quedaba completamente a merced de esos nuevos y extraños recuerdos que habían ocupado el puesto de los antiguos. A veces trataba de enfrentarse a ellos pero siempre perdía la batalla viéndolos pasar una y otra vez por su cabeza y sonidos aterradores y estridentes sonaban con más fuerza y con mayor frecuencia. Otras veces apenas llegaban las extrañas imágenes se rendía a ellas deseando que todo sucediera lo más rápido posible. Cuando llevaban un rato ya atormentándola, rompía a llorar en un ahogado y silencioso sollozo. Abrazándose a ella misma, creyendo que así se protegería más y mejor de los desconcertantes ataques. A veces cuando trataba de resistirse a ellos cerraba con fuerza los ojos y se agarraba la cabeza con ambas manos. Otras veces, siempre que tenía los ojos abiertos, la expresión de su cara era aterradora, abría muchísimo los ojos, parecían salírseles de las cuencas y tenía todo el rostro muy tenso. Las manos, siempre que no estaba agarrándose la cabeza con fuerza, las tenía cerradas en puños, siempre. Solo conseguía abrirlas cuando se cogía la cabeza presa de la desesperación y muy de vez en cuando.
No recordaba la última vez que se había acercado a su propia cama. Siempre estaba tratándose de ocultar, encogida en los rincones, en el sillón o en el diván. Sólo dormía cuando caía inconsciente por el agotamiento tras revivir una y otra vez recuerdos que nunca hasta entonces habían existido. Y cuando caía rendida lo hacía en algún rincón, abrazándose las rodillas, encogiéndose cuanto podía. O ovillada en el suelo, cogiendo sus rodillas, temblando de miedo o terror, presa de espasmos que no podía controlar y que a veces ni siquiera sentía como propios.
Ahora estaba en un rincón, con la respiración agitada y temblando de vez en cuando. De vez en cuando se le escapaban sonidos que brotaban por su garganta desde los pulmones, agitados irremediablemente por espasmos incontrolables. Seguía abrazada a sí misma, con la cabeza gacha y oculta por su pelo ondulado, tratando de ocupar el menor espacio posible, como si consiguiéndolo lograra borrarse del mapa de los recuerdos deformados y las visiones aterradoras que le perseguían y acechaban en todo momento. Aguardando con impaciencia su momento, el momento en el que desfilarían por su mente mofándose con risas estridentes y más sonidos que jamás había considerado posibles.»

Rincón de sombras

Metí la llave en la cerradura. Aquel era un piso bastante viejo, pero una gustaba; nos gustaba. El rellano estaba estaba en penumbra, como de costumbre y se oía el zumbido de la bombilla o mejor dicho del contador. Bueno, realmente no sabría decir de dónde provenía con certeza; estaban muy juntos y nunca presté demasiada atención en clase de tecnología. Mis llaves tintinearon en la cerradura, colgando. Le di las dos vueltas al cerrojo. Aquel era un barrio un poco extraño y ambiguo en el sentido de que no sabría decir si aquel era o no un barrio tranquilo, seguro y apacible o por el contrario, reinaba la delincuencia. Llevaba la mochila, el maletín y varias bolsas, venía de comprar lo básico además de un capricho al que me empecé a aficionar a los diecisiete años. Siempre me había mostrado como una mujer completamente en contra de los tópicos, pero aquel helado me encantaba y lo comía en casi cualquier momento.
Nada más entrar me percaté de que algo no debía ir bien: ella estaba en la esquina de mi izquierda, agazapada, sentada en el suelo abrazándose la piernas y la cabeza hundida. Dejé en el suelo todo lo que llevaba. En dos pasos y apenas un segundo estaba a su lado. Me agaché y la abracé. Inmediatamente y de forma casi inconsciente, le besé el pelo. Lo llevaba liso, muy liso y muy suave. No se lo planchaba siempre. Me di cuenta de que iba en pijama, me quité la chaqueta y se la puse por los encima. La arranqué de la esquina y todavía sentadas en el suelo, la puse entre mis piernas, haciendo que se apoyara en mi. Eso tenía que transmitirle seguridad, no sabía qué había podido suceder pero estaba convencida de que debía hacer algo y que podía necesitarme. Ella seguía llorando en silencio. No tenía forma de saber cuanto tiempo llevaba así, yo me había ido hacía más de siete horas. Cuando pasó un poco el tiempo, la aparté un poco de mi para verle la cara. Seguía llorando en silencio. Yo no sabía qué decir ni qué hacer, sólo podía quedarme así, quieta, abrazándola, acariciándole el pelo, dándole besos que le hicieran huir.
Cuando ya llevaba un rato así, empezó a hipar. Agradecí saber qué hacer, me levante. Cogí las bolsas y metí la carne a la nevera y el helado al congelador. Saqué dos cervezas y una botella de agua, cogí el abridor y volví a su lado. Le ofrecí el agua y la cerveza, pero escogió el agua. Le abrí la botella y esperé a que bebiera. La dejó a un lado y me volvió a abrazar, esta vez ella. Se apoyó en mi y poco a poco se fue relajando hasta caer rendida. Se había dormido. Después de un cuarto de hora dormida, la levanté y la llevé a mi cuarto. Abrí la cama, la metí y la tapé. Podría haberla llevado a su habitación, pero fuera lo que fuese que la había hecho ponerse así, tenía más probabilidad de estar en su habitación que en la mía. Bajé la persiana dejando solo cuatro dedos de luz y cerré la ventana para evitar el ruido.
Volví a la cocina, coloqué el resto de la compra. Saqué el ordenador del maletín, lo puse en la mesa y lo encendí. Cogí la cerveza que todavía no había probado y la abrí sentándome delante del ordenador. Después de beberme más de media de un solo trago miré por la ventana. No miraba a ninguna parte, solo a la luz de fuera. Bajé la tapa del ordenador. Fui otra vez a la nevera, me giré y me senté en la encimera. Intenté fijarme en la estancia y averiguar si algo había cambiado y me podía dar alguna pista de lo que le había pasado... Era inútil, nunca me fijo en los detalles si no es que busco algo, y sin tener algo con lo que comparar la cocina ni el salón, no podía hacer nada. Tiré la botella ya vacía, saqué otra cerveza, la abrí y me senté en el suelo, al otro lado, en el salón, de debajo de la ventana. No me iba a rendir tan fácilmente. Pero era inútil. Yo a ella la conocía desde hacía muy poco y no conocía a sus amigos, más bien tampoco había mostrado interés por ellos.
Miré el reloj. No era muy tarde. Busqué el móvil en mi maletín y busqué un número, llamé. Lo ha cogido.
- ¿Puedes venir?
- Sí, claro -contestó él.- ¿Quieres que lleve una película?
- Sí, claro, porqué no. Además, ha sucedido algo extraño -sabía que él lo había notado. Sabe que las películas que veo con él siempre me ayudan, me hacen sentir mejor. Pensar en otra cosa.
- En seguida estoy ahí.
Sólo oírle había hecho que me sintiera más relajada. Sin poderlo evitar, cerré los ojos y me invadió una sensación de calma, hasta se me dibujó una pequeña sonrisa.
Después de otros quince minutos de calma y de haberme acabado la cerveza, miré que quedaran ingredientes suficientes para tres pizzas. Si habían, no tendría que hacer una cena muy trabajada. Era mi día de suerte. Mientras cerraba la nevera llamaron a la puerta. Como era de esperar, era él. Abrí la puerta. Sin mediar palabra, nos sentamos en el sofá. Empecé a contarle la nueva situación. Cuando le dije que la había acostado y no había vuelto a verla, me sugirió que le echara un ojo.
Abrí la puerta lo suficiente como para entrar. Me agaché al lado de la cama para verla mejor. Parecía dormida. Él estaba en la puerta. Le aparté un mechón de pelo que le caía sobre la cara. Me preguntaba qué podía haberle pasado. Le hice un gesto y él entró.
Échale tú un vistazo mejor, ya sabes que yo no soy capaz de ver cómo está –le dije con una sonrisa de resignación.
Me desplacé a la izquierda, hacia la puerta y él se puso donde había estado yo un momento antes. Le tocó la frente para ver si tenía fiebre.
Entonces recordé lo paradójico de mi actitud, la que siempre he tenido. Ese deseo de proteger. Y sin embargo, la incapacidad natural de brindar protección, una protección efectiva, o un mísero cuidado mínimo. Salí del dormitorio, me apoyé en la pared y miré de nuevo el reloj. No solía llevar reloj, pero ese día me había puesto uno de los que más me gustaban. Realmente no tenía ni idea de si me quedaba bien o no. Era un reloj masculino, como de aventura; de los que me gustaban. Abrí una botella de agua de las que había en la encimera, ya había bebido bastante cerveza en tan poco tiempo y después tenía que trabajar. Cuando él salió le ofrecí algo para beber. Él puso la película en marcha y me reclamó a su lado en el sofá. Acepté de buen grado. Durante los créditos le pregunté, no puede remediarlo.
¿Cómo la has visto?
- Parece estar bien, además de relajada. Lo has hecho muy bien.
Después de decir esto me abrazó y me besó en el pelo como yo había hecho con Carlotta un momento antes.
La película empezaba. Era el momento de evadirse y dejarlo todo. De abandonar este mundo por unos minutos. Fuera ya era de noche.

viernes, 13 de mayo de 2011

Apartamento destrozado

Cuando volvió a casa todo estaba como lo había dejado. Aunque era un pequeño apartamento, apenas había quedado algo en pie, solo algunas estanterías que estaban en la pared. Se había ahorrado de destrozar los discos y los libros, tampoco había arrancado los pósters. Sin embargo el sofá estaba patas arriba, la mesa del café estaba medio rota, la mesa de comer estaba en el suelo, le faltaban tres de sus cuatro patas. Los sillones también estaban volcados y las sillas tiradas por el suelo, algunas de ellas rotas. La lámpara que estaba en una mesilla, cerca del sofá y los sillones estaba ahora sobre el sofá, junto a los cojines que también estaban fuera de lugar. Las lámparas de pie estaban por el suelo, posiblemente rotas. Sorprendentemente no habían cristales esparcidos por el suelo.
Cogió aire y se puso a recogerlo todo. Retiró las mesas y las sillas, metió las patas rotas en una bolsa de basura, grande y negra. Cogió el tablero de la mesa del café y lo observó durante un rato. Comprobó si todavía había alguna posibilidad de encajar las patas. Lo dejó a un lado, evitando las astillas. Cogió los tableros y las piezas más grandes, de madera, apartó los sillones y los dejó junto a la pared. Encendió la aspiradora, la pasó por toda la moqueta del centro de la habitación. Levantó y colocó el sofá. Comprobó que las lámparas funcionaran, aunque ya no tuvieran la mampara que tenían antes. Todas iban. Las llevó a su habitación y las dejó sobre la cama. Volvió al salón, quitó las fundas de los cojines y los repasó uno por uno quitando posibles astillas. Los llevó a la cocina y los metió en otra bolsa de basura. Comprobó el sofá (ya en su sitio) y los sillones (todavía apartados) quitando astillas. Quitó las fundas de los sillones y la del sofá y las metió en la misma bolsa que las de los cojines. Llevó los sillones a su sitio. Pasó la aspiradora por el resto de la estancia. Sacó las lámparas que todavía conservaban sus respectivas mamparas, solo eran dos. La única que se había salvado era en la que reposaba una lámpara, que curiosamente fue una de las dos que se mantenía casi intacta. Decidió dejar otra vez en su habitación la lámpara de pie y se quedó el salón casi vacío. Había un sofá sin cojines y unos sillones desnudos. Guardó la aspiradora. Todavía quedaban unos cuantos minutos de sol. Abrió todas las ventanas del apartamento de par en par. Entró en el baño un momento al salir, se quedó quita, parada, con los brazos en jarras, viendo el salón. Lo único que permanecía intacto era la mesilla de la lámpara y la lámpara, además de los libros, los discos y los vinilos, en definitiva, lo que había en las estanterías. La lámpara estaba apagada, igual que la luz, sólo quedaba la luz del sol.
Se dirigió a las estanterías que cubrían la pared oeste y empezó a buscar un disco. Tomó un recopilatorio de Nirvana y con la carátula en la mano se dirigió a la minicadena y puso el disco. Mientras le daba al play se preguntaba qué hacer a continuación. Empieza a sonar y está sentada en el suelo, bajo la mesa, entre el sofá y un sillón, echa la cabeza hacia detrás con la esperanza de poder sentir los rayos de sol en su cara, con sentir aquel calorcillo mezclado con la gélida brisa, lo que apenas era ya un recuerdo. No recordaba la última vez que lo había sentido.
Metió los dedos en su bolsillo derecho, no le cabía la mano (eran unos de esos ceñidos pantalones en los que metas lo que metas, tienes que ponerte de pie para sacarlo). Aún seguía ahí. Encendió la lámpara, se levantó y entró en su habitación. Salió con el tabaco de liar en la mano izquierda y el mechero y las boquillas en la derecha.
Nada podía cambiar en tan poco tiempo, no pasará nada porqué se desentienda del mundo por un rato. Además, no quería que cambiara nada, todavía no: se había ganado un respiro.

domingo, 5 de diciembre de 2010

La responsabilidad de reflexionar

- Cállate, maldita sea.
- Eso es lo que a ti te gustaría. Que todo se parase, que todo se detuviera, ¿no es cierto? Asúmelo de una vez, no puedes evitarlo. No puedes huir de ti misma ni de tu propio pensamiento. Nunca podrás conseguir lo que te propones.
- ¿Crees que no lo sé? Claro que es una estupidez tratar de conseguir lo que quiero, dejar de pensar, apartarme de este maldito mundo, de este maldito agujero, de este lamentable hoyo de asco y miseria. Claro que sé que nunca podré dejar de ser lo que soy, ni de dejar de hacer lo que hago, lo que he luchado por conseguir: pensar.
- ¿Por qué quieres ir en contra de tus principios? ¿Por qué quieres dejar de pensar?
- No quiero dejarlo de lado, no completamente, ni tirar todo lo que he conseguido por la borda. Solo es que, a veces, necesito un descanso. Se suele hacer insoportable. ¿Nunca has tenido la sensación de que aquello en lo que estás pensado, no está bien definido ni siquiera en tu mente? Y que para colmo, alguien te pide explicaciones, eres incapaz de explicarlo. No sabes por donde empezar, ni como continuar, no estás completamente segura absolutamente de nada. Te sientes agotada, mentalmente. No puedes dejar de pensar, e intentas dejar de hacerlo, pero es imposible. Es un proceso casi inconsciente. Y cuando comienzas a vislumbrar lo que parece una idea, o algo, la respuesta a una cuestión, a una duda, a un planteamiento; aparecen nuevas cuestiones, nuevas dudas, nuevos planteamientos, a raiz de la todavía no conclusión del primero. No sé si podré aguantar así mucho más. No sé que hacer ya. No sé hasta donde seré capaz de llegar. Esto me resulta demasiado grande, y tengo la sensación de que nunca daré la talla. Pero no puedo dejar de hacerlo, es como una droga. Causa extasis y me va destruyendo en cierto modo, pero no puedo dejarla, es una nueva forma de vida. Algo sin lo que mi vida no tendría sentido alguno, algo por lo que he estado luchando, algo por lo que no pienso tirar la toalla. Es parte de mi, sin lo que no soy nada ni nadie. Si desaparece de mi vida, desapareceré yo al mismo tiempo. Por eso, quiero dejar constancia de todo lo que pueda alcanzar, es un deber que acepté cuando todo comenzó. Cuando no sabía nada, y todavía hoy apenas si se algo.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

La ética de la televisión, nuestra moral

Viernes 9 de julio de 2010

Es innato el conocimiento del bien y del mal o es, por el contrario, de la misma forma que se amaestra, más correctamente, de la misma forma se domestica, a los perros, por asociación, quiero decir. Tal vez por incuestionable influencia de la televisión, esa niñera gratuita que casi todos los padres (aunque lo nieguen) han dejado a cargo del cuidado y educación de sus hijos. La mía es una generación domesticada y moralizada po rlo que esa caja brillante y palpitante mostraba, muestra y seguirá mostrando.
Son sus modelos, sus estereotipos, sus aspiraciones, los que persiguen seguro, todos -o la inmensa mayoría- de los niños y no tan niños, jóvenes y adolescentes que en teoría son plenamente poseedores de conciencia de sus propios actos. Unos actos calcados al milímetro de sus personajes televisivos, de sus ídolos, una lucha por ver quien imita más fielmente a esos estereotipos hipócritas, y sus formas de vida, por ver quien los "conoce" mejor (es decir, que no pierde ninguno de los minutos de emisión).
Como he dicho, esto afecta más a la infancia que nos ocupa, pero son esos adolescentes, por cierto de dudosas facultades intelectuales, aunque no por ello inhumanos, también son personas.; en los que vemos el efecto de la esta extendida práctica 'educativa'.

¿Problemas? Cierra los ojos

Jueves 8 de julio de 2010

Resulta ciertamente irónico que quien suele presentar los consejos, las instrucciones para salir de una determinada situación (desagradable, por supuesto) se niegue a seguirlos. A pesar de conocer con seguridad que huyendo y negando la existencia de problemas, no pasa a una mejor situación. Para conseguir el fin general, hay que solucionar y poner fin a los problemas que acontecen. Pero me niego a ver el problema evidente. Trato en vano de conseguir aquello que quiero arrastrando tras de mí (en realidad está delante, porqué no me deja avanzar) todo estorbo torpezado, encontrado, topado mejor dicho.

martes, 21 de septiembre de 2010

Ahogo y desasosiego

Miércoles 7 de julio de 2010

Conozco bien esa sensación. Es como si todo, absolutamente todo transcurriera insultantemente despacio. Es como si todo y todos lo hicieran a propósito, burlándose de ti. Eso para ver cómo te sientes, para verte atrapado en un mundo que transcurre a cámara lenta, recordándote que no perteneces a ese mundo, que no debería pertenecer a él y que, por lo tanto, no podrás cambiarlo, porqué no eres parte de él, no eres parte de nada. Pero te revelas, no puedes er excluido a menos que lo decidas tú mismo. Pero sólo recibes como carcajadas, nada está dispuesto a cooperar.
Quieren que seas tú quien ponga el punto final, para ellos quedar como la perte benefactora, la que nunca hizo nada malo, la que siguió apoyándote y luchando por ti, junto a ti, a tu lado. Eso quiere demostrarte que sigues y seguirás necesitándole, siempre. Pero nunca lo conseguirás. Con esa situación te hacen sentir como un bufón, sientes que se mofan de tí, sea quien sea, pero realmente nadie se está mofando, porqué realmente no hay nadie. Puede que te ignoren o puede que se encuentren en tu misma situación, o quien sabe. El caso es que una situación inducida, para que te sientas así, puede que en la psique esté la clave, pero no lo puedes saber. Porqué si lo supieras dejaría de ser su inofensiva víctima. Y entonces, si lo conocieras te podrías defender ante el disgusto, el asco y el desasosiego que todo eso te provoca. Todo lo que quiera que te hace sentir así, o quien quiera que sea, no quiere alcanzar ese fin de cierta fortaleza personal, para nada. Quieren que te sientas desdichado, no, peor; quiere que hagas por él su trabajo. Si ninguno de ambos quiere que sigáis relacionados, él hará todo lo posible por no mancharse las manos, por cederte el puesto nefasto.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Regreso imposible

Martes 6 de julio de 2010

«También ellos necesitan juntarse para existir.»

(...)

«Nunca he rechazado estas emociones inofensivas; al contrario. Para sentirlas basta estar un poquito solo, justo lo necesario para desembarazarse de la verosimilitud en el momento oportuno. Pero me quedaba cercad e las gentes, en la superficie de la soledad, decidido a refugiarme, en caso de alarma, en medio de ellas; en el fondo era, hasta entonces, un aficionado.»

Una vez uno se recluye en la soledad, decide dejar de pertenecer a la sociedad, el colectivo social al que debería pertenecer, no sólo es él quien se marcha. Es al mismo tiempo la sociedad la que le niega la posibilidad de reinserción en ésta. Aquel que renuncia a pertenecer a la sociedad, no tendrá la oportunidad de enmendar su error, no podrá recuperar su anterior nivel social, su anterior estatus social, nunca jamás.

martes, 14 de septiembre de 2010

Cambios: afrontarlos o aterrarse

Martes 6 de julio de 2010

Algo cambia dentro de uno mismo. ¿O sea tal vez algo de fuera, lo que ha mutado? ¿O es que es que algún cambio exterior ha producido otro cambio, éste último dentro del individuo?

«Por ejemplo, en mis manos hay algo nuevo, cierta manera de coger la pipa o el tenedor. O es el tenedor el que ahora tiene cierta manera de hacerse coger, no sé» (Jean-Paul Sartre, La náusea)


«Algo me ha sucedido, no puedo seguir dudándolo. Vino como una enfermedad, (...)»
(Jean-Paul Sartre, La náusea)

Los cambios suceden, de una forma u otra. Yo siempre digo que es que 'algo' que has vivido, que has leído, que alguien ha compartido contigo. Algo que te da una nueva idea. O cambia una anteriormente concebida.
Por eso a veces se tiene miedo a vivir, quiero decir a vivir la vida. Porqué temes que algo que hagas te vaya a cambiar. Temes ese cambio por ser desconocido. Porqué puede no gustarle a la persona que ahora mismo eres. Porqué lo conocido da estabilidad, y la estabilidad implica la inexistencia de cambios (Un mundo feliz, de Aldous Huxley). Tenemos miedo de que ese cambio no nos guste o nos conduzca a perder algo o alguien (una amistad, no se puede poseer ni perder a ninguna persona, a nadie).

miércoles, 4 de agosto de 2010

Independencia

Martes 29 de junio de 2010 (-Berlín)

Para ciertas personas, desgraciadamente, la falta de independencia supone no solo una incomodidad, una carga. La dependencia supone para ellos una verdadera prisión. La sociedad se basa en la dependencia. Si no hubiera dependencia, no habría ninguna necesidad de establecer una sociedad determinada o cualquiera. La independencia individual tendría suerte de ser calificada como utopía. Y la independencia colectiva, si se alcanza, deriva sin lugar a dudas en un error. El mayor grado de independencia al que un individuo puede siquiera aspirar, es insultante, especialmente hoy en día, en la era tecnológica.
El pensamiento no puede transmitirse al no ser que pensamiento individual (de un individuo concreto) coincida en algún momento (no necesariamente en el mismo momento, puede pasar siglos hasta que se dé este momento) coincida -elpensamiento individual- con los principios y/o valores adquiridos por la sociedad o una parte importante de ella y, por supuesto, cuando son ambos compartidos.
Son los grilletes que se encuentran en los engranajes de la sociedad, los que impiden la independencia del individuo.
Pero el pensamiento del hombre (del ser humano) puede tratar de ser independiente del social, aunque sin embargo, siempre que crezca rodeado de similares, de más personas, adquirirá consciente e inconscientemente valores de los que dificilmente se pueda desprender, eso en el supuesto caso de que pueda hacerlo. Por lo que el pensamiento, aunque sea calificado de manipulado desde un principio por esta transmisión y adquisición de valores.
Por lo que dada la imposibilidad de un pensamineto completamente independiente e individual, entendemnos como concepto de pensamiento independiente, el más cercano a éste, sin llegar a alcanzarlo nunca.
No por ello, por su inexistencia, debe cesar la lucha por su adquisición. Se debe lucahr por la mayor independencia posible de nuestro pensamiento como individuos.

martes, 22 de junio de 2010

La esperanza y otras trampas

Martes 15 de junio de 2010

Vivir nuestra vida si la basamos en una ilusión, en una creencia, en una interpretación errónea de la realidad, en definitiva en algo irreal, lo que conseguimos es mermar las posibilidades de felicidad real, obsesionándonos con esa ilusión. El deseo de algo, el deseo de una impresión determinada, puede conducir -de hecho lo hace- a una percepción distorsionada de la realidad, a que bien nuestros sentidos captan la información procedente del exterior de forma equívoca, o bien a que la información recibida en nuestro cerebro sea la correcta pero, su interpretación errónea.
Son estas falsas pruebas del mundo real las que convierten nuestra vida, una vida real, en una vida también real pero bajo el objetivo, las aspiraciones irreales. Por lo que vivimos nuestra propia vida real en un mundo irreal dentro de la realidad misma. Es esto a lo que llamamos vulgarmente esperanza. Aquello que nos va destruyendo progresivamente. Bueno, en realidad es una, digamos, pseudoevolución: creemos que estamos consiguiendo algo cuando puede que el objetivo que perseguimos nunca haya dado señales de ser tal. Pensamos en vano que vamos progresando en nuestro camino cuando lo único que hemos conseguido es destruir nuestra vida real, entregándonos a la imaginaria. Es cuando se descubre que el objetivo nunca ha dado señales de ser tal, cuando también nuestra vida imaginaria y nuestro mundo irreal son destruidos, ha desaparecido del mapa dando lugar al mundo real. Un mundo para el que, tal vez, me no estábamos preparados. ¿Qué es lo que pasa entonces? Adviertes que no tienes una vida aunque realices las funciones básica que indican vida. Pero lo que no tienes es una vida que te importe, porqué ya no es que lo hayas perdido, es que has visto que jamás había existido.
Esto puede derivar en dos situaciones. Por un lado que una vez descubierto el autoengaño tratemos de crear una vida real dentro del mundo real, pudiendo errar de la misma forma. Y por otro lado, puede llevar al suicidio. Suicidio llamémosle a dos situaciones: la primera en la que morimos (nos provocamos la muerte) y somos enterrados y, por otro lado, la segunda en la que aunque sigamos respirando y nuestro corazón bombee sangre, carecemos de vida, de vida real, porqué la imaginaria ni siquiera es vida.
Es por todo esto por lo que lo más recomendable para no dejar de tener vida, sería el no tener expectativas. Porqué son las expectativas, de igual manera que los deseos, las que nos conducen a la percepción deseada del mundo real convirtiéndolo en irreal. Lo que, al contrario de lo que puede resultar, sí que se deberían tener es algún tipo de objetivo, metas, que dependan única y exclusivamente de uno mismo porqué aquello que depende de otra persona, no tiene sentido el depositar la confianza en ello. Porqué sólo podemos responsabilizar a alguien, y ese alguien eres tú mismo, somos nosotros mismos, de conducir al fracaso un objetivo. O en conclusión, de arrebatarnos la vida.

martes, 15 de junio de 2010

Invasión

Domingo 13 de junio de 2010

¿Por qué nos afecta nuestro propio pasado? Ese pasado turbio del que nos avergonzamos o simplemente del que no nos sentimos orgullosos. Porqué seguramente se haya fallado en la técnica: el fingir desinterés, pasividad o qué hagamos entender que no nos importa ni nos afecta.
El no enfrentarse a los problemas conlleva el almacenamiento de estos en alguna parte de nuestra mente. Los dejamos allí, actuando como si no nos importaran. Pero al mismo tiempo, esos recuerdos van ocupando cada vez más espacio en nuestro consciente y en nuestro subconsciente. Nos van devorando de alguna forma por dentro, van destruyéndonos. ¿Cómo? Ocupa el puesto que deberían ocupar otros pensamientos: los nuevos y los recuerdos. La forma de actuar es similar a la de la depresión.
(Parece ser que el pasado, el presente y el futuro, los rescuerdos y los pensamientos relativos a cada uno de ellos, tienen un lugar, un puesto predeterminado en nuestra mente. La depresión ocurre cuando aquello que pertenece al pasado ocupa, invade el sitio reservado y destinado al presente. Por lo que el presente se converte en no otra cosa que el continuo ataque de nuestros recuerdos durante el día a día actual. La ansidedad es el desajuste contrario. Es decir, los pensamientos pertenecientes al futuro invaden el lugar destinado al presente. Entonces el presente se llena de la sensación de ir contrarreloj, de no ser consciente -o no tanto como deberíamos serlo- del presente, del momento que vivimos.).
El comienzo en forma de incomodidad y la negación de ésta en público y en uno mismo puede derivar, con el tiempo y con un aumento considerable del grado en que los recuerdos nos afectan, en una depresión. Por eso, no debe dejarse que un recuerdo -o varios, o muchos-, por desagradables que sean, condicionen tu presente.
La solución pasa por enfrentarse a esos recuerdos, plantear soluciones y acatarlas de forma efectiva.

jueves, 10 de junio de 2010

La vida está condenada, ¿o quizás no?

Lunes 24 de mayo de 2010
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Somos insignificantes. ¿Qué somos nosotros en el universo? La raza humana está condenada a la extinción desde el momento en el que alguien vio que tenía capacidad de cuestionarse algo. Con suerte, dentro de unos cuantos millones de años, nos estudiará una especie superior. Eso en el mejor de los casos. Si esto no es más que un tablero, ¿quiénes son los jugadores? ¿Quién nos maneja a cada uno? ¿Es Dios? ¿Los Dioses? ¿O somos el pasatiempo de una especie superior? Si somos manejados, yo soy así porqué soy el reflejo de ese alguien que me maneja. Probablemente sea de una parte de él que no puede mostrar y plasma en mi. Tal vez por eso esté como estoy. Si todo fuera así, no sería tan difícil, no sé. Carecería un poco de importancia. Pero no es así. ¿Y si yo soy una herramienta de ese alguien? ¿Una enviada? Sería bonito pensar que soy especial y por lo tanto capaz de algo. No es que sea una completa inútil.
Pero es mejor no cuestinarse todo esto. Ser uno mismo su propia herramienta. Conseguir yo lo que yo quiero, y nada más. ¿Qué más da si alguien quiere lo mismo?
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Por cierto, lo de antes, algo así como que la vida seria como en la Edad Media, una transición (...) eso sería resignarse, sería estoicismo. Y si algo tengo claro es que yo estoica no soy, así que ni plantearselo otra vez.
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Y recordad las recomendaciones del principio...




¡Salud!