sábado, 14 de mayo de 2011

Rincón de sombras

Metí la llave en la cerradura. Aquel era un piso bastante viejo, pero una gustaba; nos gustaba. El rellano estaba estaba en penumbra, como de costumbre y se oía el zumbido de la bombilla o mejor dicho del contador. Bueno, realmente no sabría decir de dónde provenía con certeza; estaban muy juntos y nunca presté demasiada atención en clase de tecnología. Mis llaves tintinearon en la cerradura, colgando. Le di las dos vueltas al cerrojo. Aquel era un barrio un poco extraño y ambiguo en el sentido de que no sabría decir si aquel era o no un barrio tranquilo, seguro y apacible o por el contrario, reinaba la delincuencia. Llevaba la mochila, el maletín y varias bolsas, venía de comprar lo básico además de un capricho al que me empecé a aficionar a los diecisiete años. Siempre me había mostrado como una mujer completamente en contra de los tópicos, pero aquel helado me encantaba y lo comía en casi cualquier momento.
Nada más entrar me percaté de que algo no debía ir bien: ella estaba en la esquina de mi izquierda, agazapada, sentada en el suelo abrazándose la piernas y la cabeza hundida. Dejé en el suelo todo lo que llevaba. En dos pasos y apenas un segundo estaba a su lado. Me agaché y la abracé. Inmediatamente y de forma casi inconsciente, le besé el pelo. Lo llevaba liso, muy liso y muy suave. No se lo planchaba siempre. Me di cuenta de que iba en pijama, me quité la chaqueta y se la puse por los encima. La arranqué de la esquina y todavía sentadas en el suelo, la puse entre mis piernas, haciendo que se apoyara en mi. Eso tenía que transmitirle seguridad, no sabía qué había podido suceder pero estaba convencida de que debía hacer algo y que podía necesitarme. Ella seguía llorando en silencio. No tenía forma de saber cuanto tiempo llevaba así, yo me había ido hacía más de siete horas. Cuando pasó un poco el tiempo, la aparté un poco de mi para verle la cara. Seguía llorando en silencio. Yo no sabía qué decir ni qué hacer, sólo podía quedarme así, quieta, abrazándola, acariciándole el pelo, dándole besos que le hicieran huir.
Cuando ya llevaba un rato así, empezó a hipar. Agradecí saber qué hacer, me levante. Cogí las bolsas y metí la carne a la nevera y el helado al congelador. Saqué dos cervezas y una botella de agua, cogí el abridor y volví a su lado. Le ofrecí el agua y la cerveza, pero escogió el agua. Le abrí la botella y esperé a que bebiera. La dejó a un lado y me volvió a abrazar, esta vez ella. Se apoyó en mi y poco a poco se fue relajando hasta caer rendida. Se había dormido. Después de un cuarto de hora dormida, la levanté y la llevé a mi cuarto. Abrí la cama, la metí y la tapé. Podría haberla llevado a su habitación, pero fuera lo que fuese que la había hecho ponerse así, tenía más probabilidad de estar en su habitación que en la mía. Bajé la persiana dejando solo cuatro dedos de luz y cerré la ventana para evitar el ruido.
Volví a la cocina, coloqué el resto de la compra. Saqué el ordenador del maletín, lo puse en la mesa y lo encendí. Cogí la cerveza que todavía no había probado y la abrí sentándome delante del ordenador. Después de beberme más de media de un solo trago miré por la ventana. No miraba a ninguna parte, solo a la luz de fuera. Bajé la tapa del ordenador. Fui otra vez a la nevera, me giré y me senté en la encimera. Intenté fijarme en la estancia y averiguar si algo había cambiado y me podía dar alguna pista de lo que le había pasado... Era inútil, nunca me fijo en los detalles si no es que busco algo, y sin tener algo con lo que comparar la cocina ni el salón, no podía hacer nada. Tiré la botella ya vacía, saqué otra cerveza, la abrí y me senté en el suelo, al otro lado, en el salón, de debajo de la ventana. No me iba a rendir tan fácilmente. Pero era inútil. Yo a ella la conocía desde hacía muy poco y no conocía a sus amigos, más bien tampoco había mostrado interés por ellos.
Miré el reloj. No era muy tarde. Busqué el móvil en mi maletín y busqué un número, llamé. Lo ha cogido.
- ¿Puedes venir?
- Sí, claro -contestó él.- ¿Quieres que lleve una película?
- Sí, claro, porqué no. Además, ha sucedido algo extraño -sabía que él lo había notado. Sabe que las películas que veo con él siempre me ayudan, me hacen sentir mejor. Pensar en otra cosa.
- En seguida estoy ahí.
Sólo oírle había hecho que me sintiera más relajada. Sin poderlo evitar, cerré los ojos y me invadió una sensación de calma, hasta se me dibujó una pequeña sonrisa.
Después de otros quince minutos de calma y de haberme acabado la cerveza, miré que quedaran ingredientes suficientes para tres pizzas. Si habían, no tendría que hacer una cena muy trabajada. Era mi día de suerte. Mientras cerraba la nevera llamaron a la puerta. Como era de esperar, era él. Abrí la puerta. Sin mediar palabra, nos sentamos en el sofá. Empecé a contarle la nueva situación. Cuando le dije que la había acostado y no había vuelto a verla, me sugirió que le echara un ojo.
Abrí la puerta lo suficiente como para entrar. Me agaché al lado de la cama para verla mejor. Parecía dormida. Él estaba en la puerta. Le aparté un mechón de pelo que le caía sobre la cara. Me preguntaba qué podía haberle pasado. Le hice un gesto y él entró.
Échale tú un vistazo mejor, ya sabes que yo no soy capaz de ver cómo está –le dije con una sonrisa de resignación.
Me desplacé a la izquierda, hacia la puerta y él se puso donde había estado yo un momento antes. Le tocó la frente para ver si tenía fiebre.
Entonces recordé lo paradójico de mi actitud, la que siempre he tenido. Ese deseo de proteger. Y sin embargo, la incapacidad natural de brindar protección, una protección efectiva, o un mísero cuidado mínimo. Salí del dormitorio, me apoyé en la pared y miré de nuevo el reloj. No solía llevar reloj, pero ese día me había puesto uno de los que más me gustaban. Realmente no tenía ni idea de si me quedaba bien o no. Era un reloj masculino, como de aventura; de los que me gustaban. Abrí una botella de agua de las que había en la encimera, ya había bebido bastante cerveza en tan poco tiempo y después tenía que trabajar. Cuando él salió le ofrecí algo para beber. Él puso la película en marcha y me reclamó a su lado en el sofá. Acepté de buen grado. Durante los créditos le pregunté, no puede remediarlo.
¿Cómo la has visto?
- Parece estar bien, además de relajada. Lo has hecho muy bien.
Después de decir esto me abrazó y me besó en el pelo como yo había hecho con Carlotta un momento antes.
La película empezaba. Era el momento de evadirse y dejarlo todo. De abandonar este mundo por unos minutos. Fuera ya era de noche.

1 comentario:

  1. Creo que ya te lo dije en su momento, pero quiero dejar constancia de ello: este relato es uno de los mejores que he podido leer nunca. El modo en el que descubres los pensamientos y las inquietudes de la narradora, hace que muestres su lado humano de un modo realmente genuino y conmovedor...

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