lunes, 27 de diciembre de 2010
Engranajes fantasmas
No le había vuelto a pasar desde hacía tiempo. Ahora recordaba lo que aquella inepta solía decirle "La curiosidad mató al gato". Nada mejoraba. Aquello hacía empeorar peligrosamente su estado actual.
Había visto a un compañero con un libro en la mano. Estuvo durante casi dos minutos tratando de ver el título. Finalmente se lo preguntó. La respuesta fue "Un mundo feliz". Hubiera jurado que un escalofrío le recorrió toda la columna, pero no pasó. No pudo evitar recordar las noches en vela. "Está bien. Me lo leí en verano y me gustó. Te abre los ojos a lo que es la moral y tú no lo sabías. Te hace recapacitar. Sobre todo, sobre eso, tu moral."
Tal vez aquel acontecimiento fue el desencadenante de todo esto.
Sabía que no lo averiguaría. Quería echar a correr.
No se levantó de la silla.
lunes, 20 de diciembre de 2010
Tres, Dos, Uno, ¡Fuego!
«La chica que desde niña había crecido como una princesita echó el que seguramente sería el el último vistazo a su habitación, bueno, al cuarto donde había vivido durante años.
Desde pequeña papá y mamá le dieron todo lo que había pedido y le dieron también todo lo que hubiera pedido cualquier niño caprichoso en su lugar. Juguetes, ropa, caprichos, cualquier cosa. Como tenían dinero , papá y mamá consideraron que la formación académica era simplemente un cero a la izquierda. Ni servía para nada ni llevaba a ningún sitio. Así que papá y mamá llevaron a la niña a una escuela donde, pasado el periodo obligatorio, la niña no hubiera aprendido ninguna de esas materias inútiles y banales que el Gobierno, que ni tiene hijos ni sabe cómo educarlos, consideraba necesarias. Matemáticas, castellano, música, geografía y naturales, ¿para qué? No sirven para nada. Es mejor enseñarle maneras, buenas maneras desde pequeña. Una buena mujer debe saber cómo vestirse, cómo tratar a la gente y cómo comer, no dónde se encuentra esta o aquella ciudad. Una buena mujer debía ser encantadora y útil para su marido, es decir causar una buena impresión. Una buena mujer debía saber cómo y cuándo sacarle el mejor partido a su cuerpo. Una buena mujer debía ser sumisa y no cuestionar a sus padres ni a su marido, ni a nadie que esté por encima de ella. Solo le está permitido contradecir a los de clases inferiores o incluso discutir acerca de cosas banales y sinsentido con otras buenas mujeres de su mismo calibre. Es por esto por lo que de niña le enseñaron a no pensar y a ser sumisa y a comportarse como era debido. Cuando alcanzó la preadolescencia su formación se centró entorno a su cuerpo.
La niña que desde pequeña había crecido como una princesa, se reveló contra sus progenitores, como es natural. Y como la pequeña princesita de mamá y de papá no era tonta, empleó todo lo que mamá y papá veneraban en su contra. Empezó a sacarle el mejor partido posible a su cuerpo de tal forma que con apenas trece años tenía mucha más experiencia con los hombres que la que papá hubiera reconocido tener con las mujeres. Esto era algo sabido por todos, pero no se confirmó nunca porqué afirmarlo no era digno de señoritas de su clase. Así es como la pequeña princesita se convirtió en una meretriz solo para revelarse contra sus padres, a la edad de apenas quince años.
A los diecisiete y tras conseguir el dinero suficiente para procurarse una muy buena y ostentosa vida, obtenido de muy diversas formas; prendió fuego a la casa familiar, con papá y mamá dentro. Para hacerles sufrir les salvó del humo, que les hubiera dejado inconsciente y les entregó al infierno de las llamas para después dejarles salir moribundos.
Ahora papá y mamá estaban en el hospital y la princesita convertida en meretriz, observaba lo que había sido pasto de las llamas con una sonrisa extraña y una sensación mezcla de placer, excitación y satisfacción que ninguno de sus cientos de orgasmos le habían proporcionado.»
domingo, 5 de diciembre de 2010
La responsabilidad de reflexionar
- Eso es lo que a ti te gustaría. Que todo se parase, que todo se detuviera, ¿no es cierto? Asúmelo de una vez, no puedes evitarlo. No puedes huir de ti misma ni de tu propio pensamiento. Nunca podrás conseguir lo que te propones.
- ¿Crees que no lo sé? Claro que es una estupidez tratar de conseguir lo que quiero, dejar de pensar, apartarme de este maldito mundo, de este maldito agujero, de este lamentable hoyo de asco y miseria. Claro que sé que nunca podré dejar de ser lo que soy, ni de dejar de hacer lo que hago, lo que he luchado por conseguir: pensar.
- ¿Por qué quieres ir en contra de tus principios? ¿Por qué quieres dejar de pensar?
- No quiero dejarlo de lado, no completamente, ni tirar todo lo que he conseguido por la borda. Solo es que, a veces, necesito un descanso. Se suele hacer insoportable. ¿Nunca has tenido la sensación de que aquello en lo que estás pensado, no está bien definido ni siquiera en tu mente? Y que para colmo, alguien te pide explicaciones, eres incapaz de explicarlo. No sabes por donde empezar, ni como continuar, no estás completamente segura absolutamente de nada. Te sientes agotada, mentalmente. No puedes dejar de pensar, e intentas dejar de hacerlo, pero es imposible. Es un proceso casi inconsciente. Y cuando comienzas a vislumbrar lo que parece una idea, o algo, la respuesta a una cuestión, a una duda, a un planteamiento; aparecen nuevas cuestiones, nuevas dudas, nuevos planteamientos, a raiz de la todavía no conclusión del primero. No sé si podré aguantar así mucho más. No sé que hacer ya. No sé hasta donde seré capaz de llegar. Esto me resulta demasiado grande, y tengo la sensación de que nunca daré la talla. Pero no puedo dejar de hacerlo, es como una droga. Causa extasis y me va destruyendo en cierto modo, pero no puedo dejarla, es una nueva forma de vida. Algo sin lo que mi vida no tendría sentido alguno, algo por lo que he estado luchando, algo por lo que no pienso tirar la toalla. Es parte de mi, sin lo que no soy nada ni nadie. Si desaparece de mi vida, desapareceré yo al mismo tiempo. Por eso, quiero dejar constancia de todo lo que pueda alcanzar, es un deber que acepté cuando todo comenzó. Cuando no sabía nada, y todavía hoy apenas si se algo.
miércoles, 22 de septiembre de 2010
La ética de la televisión, nuestra moral
Es innato el conocimiento del bien y del mal o es, por el contrario, de la misma forma que se amaestra, más correctamente, de la misma forma se domestica, a los perros, por asociación, quiero decir. Tal vez por incuestionable influencia de la televisión, esa niñera gratuita que casi todos los padres (aunque lo nieguen) han dejado a cargo del cuidado y educación de sus hijos. La mía es una generación domesticada y moralizada po rlo que esa caja brillante y palpitante mostraba, muestra y seguirá mostrando.
Son sus modelos, sus estereotipos, sus aspiraciones, los que persiguen seguro, todos -o la inmensa mayoría- de los niños y no tan niños, jóvenes y adolescentes que en teoría son plenamente poseedores de conciencia de sus propios actos. Unos actos calcados al milímetro de sus personajes televisivos, de sus ídolos, una lucha por ver quien imita más fielmente a esos estereotipos hipócritas, y sus formas de vida, por ver quien los "conoce" mejor (es decir, que no pierde ninguno de los minutos de emisión).
Como he dicho, esto afecta más a la infancia que nos ocupa, pero son esos adolescentes, por cierto de dudosas facultades intelectuales, aunque no por ello inhumanos, también son personas.; en los que vemos el efecto de la esta extendida práctica 'educativa'.
¿Problemas? Cierra los ojos
Resulta ciertamente irónico que quien suele presentar los consejos, las instrucciones para salir de una determinada situación (desagradable, por supuesto) se niegue a seguirlos. A pesar de conocer con seguridad que huyendo y negando la existencia de problemas, no pasa a una mejor situación. Para conseguir el fin general, hay que solucionar y poner fin a los problemas que acontecen. Pero me niego a ver el problema evidente. Trato en vano de conseguir aquello que quiero arrastrando tras de mí (en realidad está delante, porqué no me deja avanzar) todo estorbo torpezado, encontrado, topado mejor dicho.
La falta de contacto social
La falta de contacto social hace mella en la persona (...). Siempre la hace pero ingenuos e ignorantes de nosotros actuamos como ciegos que ni reconocen ni quieren reconocerlo. Eso nos convierte en otros seres. Unos seres que nosotros mismos despreciamos. Nos convierten en seres repelentes, que huyen del detestable conjunto, del colectivo mientras ansían no alejarse, mientras dicen mantenerse unidos inquebrantablemente a él. Por eso a la mínima oportunidad tratamos de mostrar nuestros nuevos conocimientos adquiridos aunque sea, ante la más terca de las mulas del grupo, ante el menos apto de los seres que nos rodean. Es estúpido y lo sabemos, pero somos débiles y nos dejamos superar. No sabemos aguantar, mantenernos.
Sólo cabe esperar, desear, incluso aventuraría rezar, que este detestable estado sea pasajero. Y pase cuanto antes. Porqué una vida así sólo puede ser desdichada e infeliz, de ahí, en aumento. No cabe esperar nada más. Además da la sensación de que, al no hacer ver la luz al menos apto de los seres humanos, de que hayamos perdido todas nuestras facultades comunicativas.
martes, 21 de septiembre de 2010
Ahogo y desasosiego
Conozco bien esa sensación. Es como si todo, absolutamente todo transcurriera insultantemente despacio. Es como si todo y todos lo hicieran a propósito, burlándose de ti. Eso para ver cómo te sientes, para verte atrapado en un mundo que transcurre a cámara lenta, recordándote que no perteneces a ese mundo, que no debería pertenecer a él y que, por lo tanto, no podrás cambiarlo, porqué no eres parte de él, no eres parte de nada. Pero te revelas, no puedes er excluido a menos que lo decidas tú mismo. Pero sólo recibes como carcajadas, nada está dispuesto a cooperar.
Quieren que seas tú quien ponga el punto final, para ellos quedar como la perte benefactora, la que nunca hizo nada malo, la que siguió apoyándote y luchando por ti, junto a ti, a tu lado. Eso quiere demostrarte que sigues y seguirás necesitándole, siempre. Pero nunca lo conseguirás. Con esa situación te hacen sentir como un bufón, sientes que se mofan de tí, sea quien sea, pero realmente nadie se está mofando, porqué realmente no hay nadie. Puede que te ignoren o puede que se encuentren en tu misma situación, o quien sabe. El caso es que una situación inducida, para que te sientas así, puede que en la psique esté la clave, pero no lo puedes saber. Porqué si lo supieras dejaría de ser su inofensiva víctima. Y entonces, si lo conocieras te podrías defender ante el disgusto, el asco y el desasosiego que todo eso te provoca. Todo lo que quiera que te hace sentir así, o quien quiera que sea, no quiere alcanzar ese fin de cierta fortaleza personal, para nada. Quieren que te sientas desdichado, no, peor; quiere que hagas por él su trabajo. Si ninguno de ambos quiere que sigáis relacionados, él hará todo lo posible por no mancharse las manos, por cederte el puesto nefasto.
domingo, 19 de septiembre de 2010
Despreciado por lo infravalorado
«Los objetos no deberían tocar, puesto que no viven. Uno los usa, los pone en su sitio, vive entre ellos; son útiles, nada más. Ya mí me tocan; es insoportable. Tengo miedo de entrar en contacto con ellos como si fueran animales vivos»
«¡Qué desagradable era! Y procedía del guijarro, estoy seguro: pasaba del guijarro a mis manos. Sí, es eso; una especie de náusea en las manos.»
(Jean-Paul Sartre, La náusea)
Para la gente "normal", para los "socialmente adaptados", los objetos no son más que eso; objetos. No suponen nada en absoluto, son sencillos e inertes, herramientas, algo útil. Él, en cambio (socialmente inadaptado de alguna forma, ajeno al colectivo, sin posibilidad alguna de retornar a él), los objetos tienen como vida, conciencia propia. Son capaces de negarse a ser alzados o producir asco. Se siente como si fuera un ser subordinado a los más absurdos objetos, despreciado por un guijarro y una hoja de papel, por lo más insignificante imaginable. Es una situación como poco insultante la que le brindan los objetos. Imagina, cómo tendrá que ser la que le brinda la sociedad, el resto de hombres. No existen palabras para expresar la desolación que produciría.
Regreso imposible
«También ellos necesitan juntarse para existir.»
(...)
«Nunca he rechazado estas emociones inofensivas; al contrario. Para sentirlas basta estar un poquito solo, justo lo necesario para desembarazarse de la verosimilitud en el momento oportuno. Pero me quedaba cercad e las gentes, en la superficie de la soledad, decidido a refugiarme, en caso de alarma, en medio de ellas; en el fondo era, hasta entonces, un aficionado.»
Una vez uno se recluye en la soledad, decide dejar de pertenecer a la sociedad, el colectivo social al que debería pertenecer, no sólo es él quien se marcha. Es al mismo tiempo la sociedad la que le niega la posibilidad de reinserción en ésta. Aquel que renuncia a pertenecer a la sociedad, no tendrá la oportunidad de enmendar su error, no podrá recuperar su anterior nivel social, su anterior estatus social, nunca jamás.
martes, 14 de septiembre de 2010
¡Atención! ¡Está pasando!
«Debo estar siempre preparado, o se me escurrirá una vez más entre los dedos» (Jean-Paul Sartre; La náusea)
¿Acaso no es cierto? Siempre están pasando cosas, la mayoría, la inmensa mayoría insignificantes, pero cuando pasa algo realmente digno de mención lo hace entre otras muchas cosas insignificantes. Por eso no lo solemos ver. Y por eso mismo, a veces le damos demasiada importancia a lo que vemos que realmente, no significa nada. Para conseguir ver lo realmente relevante, es neesario saber cómo verlo. ¿Cómo se puede ver? Esa es una pregunta para la que todavía no he encontrado una clara respuesta. No por ello, por no saber exactamente cómo verlo, hay que dejarse abatir, hay que seguir intentándolo, poniéndo empeño, aun haciéndolo a ciegas, sin conocimiento certero alguno.
Cambios: afrontarlos o aterrarse
Algo cambia dentro de uno mismo. ¿O sea tal vez algo de fuera, lo que ha mutado? ¿O es que es que algún cambio exterior ha producido otro cambio, éste último dentro del individuo?
«Por ejemplo, en mis manos hay algo nuevo, cierta manera de coger la pipa o el tenedor. O es el tenedor el que ahora tiene cierta manera de hacerse coger, no sé» (Jean-Paul Sartre, La náusea)
«Algo me ha sucedido, no puedo seguir dudándolo. Vino como una enfermedad, (...)» (Jean-Paul Sartre, La náusea)
Los cambios suceden, de una forma u otra. Yo siempre digo que es que 'algo' que has vivido, que has leído, que alguien ha compartido contigo. Algo que te da una nueva idea. O cambia una anteriormente concebida.
Por eso a veces se tiene miedo a vivir, quiero decir a vivir la vida. Porqué temes que algo que hagas te vaya a cambiar. Temes ese cambio por ser desconocido. Porqué puede no gustarle a la persona que ahora mismo eres. Porqué lo conocido da estabilidad, y la estabilidad implica la inexistencia de cambios (Un mundo feliz, de Aldous Huxley). Tenemos miedo de que ese cambio no nos guste o nos conduzca a perder algo o alguien (una amistad, no se puede poseer ni perder a ninguna persona, a nadie).
miércoles, 4 de agosto de 2010
Inestabilidad, cambio, evolución
Cuando está la búsqueda de la verdad, de la realidad verdadera, cuando de por medio está el conocimiento y como meta -la adquisición, por supuesto-, de nuevos conocimientos, la lectura; el cambio es algo inevitable. Sólo el ser es inmutable cuando éste vive felizmente en la ignorancia. Los que saben y, es más, aquellos que quieren saber, renuncian a la seguridad que proporciona la ignorancia, que es justificación de todos y cada uno de los actos llevados a cabo, repetitivos porqué no hay cambios.
Cuando hay estabilidad, no hay cambios. Nadie se preocupa en absoluto por la búsqueda de un conocimiento que es totalmente innecesario. ¿Cómo va a haber cambio alguno si todo es perfecto, si no hay inestabilidad? Es dentro de la inestabilidad cuando el individuo puede tomar conciencia de lo que él mismo supone y, entonces, desarrollarse, evolucionar, CONOCER. Porqué no se puede pensar en el futuro cuando no se conoce nada del pasado. Los hilos que manejaron el puente a la perdición, a la guerra. Porqué son en periodos de inestabilidad cuando los límites desaparecen, cuando la propia expresión, sin tapujos ni límites, tiene lugar. Es entonces cuando la persona indicada puede posar su atención en ti. Pero también la persona menos indicada, aquella a la cual tus ideas no deberían llegar con el fin de la preservación bien propia -de tí y tus ideas- o de algo mucho más general, mucho más global. ¿Acaso Nietzsche no fue empleado como escudo, como escusa, como pretexto, como justificación, por Hitler?
Pero de la misma forma se puede llegar a la persona o las personas indicadas: a los profesores y a los estudiantes. Es su mente, o su corazón para algunos, lo que debemos alcanzar si deseamos que el cambio sea fructífero, que se lleve a cabo. Porqué sin ellos, que suponen los cimientos del futuro más próximo, del presente, no se puede cambiar nada, no se puede cambiar la sociedad. No sólo hay que despertar el pensamiento, el juicio, la independencia, la libertad ganada (no regalada) de los individuos, hay que cambiar la sociedad. Porqué parece como si grupo de individuos y sociedad no fuera lo mismo. La sociedad está terriblemente condicionada por todo aquello viejo, tradicional, subdesarrollado de alguna u otra forma, carente sencillamente de evolución y desarrollo. La sociedad representa enormes carencias sociales. ¿Una paradoja? Sólo una realidad. Una gran máscara de conveniencia, acordada con el mudo desacuerdo de los individuos que conforman la sociedad. Ellos no pueden expresarlo, serían automáticamente expulsados de ella, como los que ya fueron expulsados. PUede que no sea literalmente, realmente expulsados, puede que solo sean despreciados, desprestigiados, ignorados, odiados, marginados, privados de derechos y libertades. Aunque curiosamente la vida en sociedad y todavía más aún el formar parte (expecialmente si es activa) de ella, implica una irremediable renuncia a la libertad y a los derechos no aceptados socialmente.